“Si no podéis trabajar con amor Sino sólo con disgusto, Es mejor que abandonéis el trabajo Y que os sentéis a la puerta del templo A recibir la limosna de quienes Laboran con alegría”.
Gibran Khalil Gibran
Durante millones de años, la miseria y la pobreza han sido compañeras inseparables del hombre.Ganarse la vida ha sido tarea muy difícil, y es por eso que nuestros abuelos eran duros, enérgicos y muchas veces drásticos con sus hijos. Se comportaban así, no porque fueran malos de corazón, sino porque la vida así los había formado y no podían flaquear, ni dar su brazo a torcer. Sentían un gran temor de perder en un abrir y cerrar de ojos lo poco que consiguieron. Muchos de ellos caminaron descalzos por falta de zapatos, pero cuando tuvieron su primer par, lo cuidaron y lo bolearon para protegerlo del polvo y de la lluvia. Muchas veces no comieron porque no había dinero para llevar alimentos a casa, y son ellos mismos los que en forma repetitiva reprendieron a los hijos cuando desperdiciaban algo en los platos o dejaban la luz encendida de los cuartos. Si hablamos de diversiones, éstas fueron escasas, y se puede afirmar que casi nunca las conocieron. Es por eso que en los últimos años que pasaron en este mundo se sorprendieron tantas veces al observar a los nietos que no dejaban una sola de sus noches sin salir de casa y regresar después de las doce. Fueron muchas las carencias de esas generaciones de abuelos. Ellos solamente conocieron el ahorro, el gasto con medida y las privaciones de lomás indispensable. Ante el temor de que se presentasen nuevas guerras y revoluciones como las que a ellos les tocó vivir, siguieron un molde que siempre se caracterizó por el sacrificio y el ayuno forzoso.
Transcurrió el tiempo, y esos ancestros pudieron a base de mucho esfuerzo, formar un capital, se hicieron de casa propia y de otros bienes que consideraron necesarios para sentir seguridad y tranquilidad. Sin embargo, no por haber llegado a la cimadejaron de trabajar, no por haber arribado a la cumbre abandonaron sus rígidas costumbres ni su modo de vivir austero. Y así fallecieron, al pie del cañón, en silencio, sin hacer ruido, en un marco de sencillez y naturalidad. Dejaron estemundo comomueren los árboles al haber cumplido su ciclo de vida.
Pero, llegaron los hijos, y se fijaron de inmediato en esa riqueza que a ellos no les había costado un solo esfuerzo, y se presentaron después los nietos, que ni siquiera tenían idea de esa sangre derramada, de ese sacrificio y de esa historia de limitaciones que dejó una huella indeleble en su espíritu. Y se burlaron de ese trabajo y lo criticaron, diciendo que ellos lo hubieran hecho mejor. Estiraron las manos y codiciosamente se apoderaron de todo lo que por herencia o testamento les pertenecía. Muchos de ellos no terminaron sus estudios, y cuanto negocio comenzaron “para tener en qué entretenerse”, negocio que les iba mal y que se vieron en la necesidad de cerrar, alegando que “ya no era lo mismo de antes y que las oportunidades se habían terminado”. No tuvieron tiempo de reflexionar que gastaron un capital que no ganaron y que por lo tanto se les fue de las manos con una rapidez asombrosa. No se dieron cuenta que para tener y disfrutar verdaderamente de algo, se necesita primero haber pasado por una etapa de intenso trabajo salpicado de lágrimas y sacrificio. Si no lo tuvieron, lo que ahora poseen, no les pertenece.
El gran error de algunos padres de familia de nuestro tiempo, ha sido el dar mucho a sus hijos para que no sufran y no batallen como ellos lo hicieron años atrás. No se han dado cuenta que únicamente los están echando a perder al encaminarlos por el sendero sencillo, sin espinas, que no duele, y de esa manera tendremos una generación de holgazanes, de inútiles y de fracasados. Aunque usted tenga un trabajo seguro o un negocio próspero para dárselo a sus hijos cuando terminen sus estudios, hágales saber que el título universitario es por elmomento la metamásimportante que deberán tener en mente.No les ponga en bandeja de plata el trabajo o el negocio futuro, porque comenzarán a devaluar sus estudios, a sacar malas calificaciones y con toda seguridad no terminarán su carrera. Para hacerles más daño a sus hijos, cómpreles el automóvil que ellos quieran a pesar de no serles indispensable, déselos sin que se lo hayan ganado con trabajo o con diplomas.Échelos a perder concediéndoles todos sus caprichos, los viajes y la ropa que ellos quieran, y no les hable de la importancia del esfuerzo ante el temor de que se lastimen, se quejen y empapen la camisa con sudor.
Yo tengo temor del futuro que tendrán las nuevas generaciones que están llegando en cunas de seda y en cuartos con aire acondicionado. Ellos van a retrasar gravemente el progreso de México. Yo tengo ese temor y nadie me lo puede quitar. Nada más usted observe las crisis que estamos viviendo en cuanto a los fracasos de los hijos. Muchos de ellos se hallan descontrolados “porque nunca se imaginaron que la vida fuese tan dura”, a pesar de que no es ni la mínima parte de lo difícil que fue para sus antepasados. Lo que sucede es que ellos quisieran todo fácil, que no les cueste, regalado, sin competencia, sin fracasos, sin dolores de cabeza, y eso no es posible a pesar de haber recibido ayuda abundante de sus padres. Ayuda generosa que no supieron aprovechar y sobre todo no la valoraron, se les hizo pequeña, mal encaminada e insuficiente.
Los hombres de negocios de las grandes empresas están conscientes de que con esas nuevas generaciones no podrán salir adelante, ni competir, porque muchos de los profesionistas egresados ya no son los mismos de varias décadas atrás. Es muy difícil encontrar nobleza, sacrificio, esfuerzo, dedicación, entrega, preocupación por el negocio para el que trabajan y sobre todo cariño hacia el patrón a quien consideran por razones naturales su enemigo. Todo el mundo llega queriendo ganar desde los primeros días grandes cantidades de dinero, aún antes de comenzar a trabajar, y algunos empresarios de las nuevas generaciones ansían tener utilidades desde el primer año en que iniciaron operaciones. No saben que nuestros antepasados esperaron toda una vida para que sus negocios y sus trabajos se estabilizaran ocupando un sitiomedianamente importante en la comunidad.
Una actitud de lástima hacia nuestros hijos y de cuidados excesivos para que no se sacrifiquen como nosotros lo hicimos tiempo atrás, es hacerles daño y perjudicarlos en forma irreversible. La sociedad también nos lo reclamará algún día cuando ellos hayan caído en la ociosidad, en las drogas y en los vicios. El trabajo duro y productivo es la mejor oportunidad que le ha dado Dios al hombre para hacerse valer como hombre y sobre todo para que tenga una larga vida en su senectud. ¡No me explico cómo es posible que existan personas sanas que no quieran trabajar! El trabajo es una bendición que tenemos los seres humanos y es un compromiso con la dignidad que dejamos como huella para las futuras generaciones que habrán de sucedernos. No les evitemos a nuestros hijos y nietos los problemas, enseñémosles a enfrentarlos.
La peor desgracia de esos hijos que ahora abundan, es considerar que únicamente tienen derechos y jamás obligaciones. Todo se les hace poco y nada les llama la atención por no tener la capacidad para sorprenderse de las maravillas de este mundo. Son los mismos que no saben ser agradecidos, que no tienen tiempo para pensar, que no saben mirar a las alturas en donde existe un Dios que les ha dado más de lo que merecen y que muchas veces nada recibe a cambio por esa ingratitud que les caracteriza. Nada recibe a cambio, porque unos padres insensatos entorpecieron su plan de salvación creando una atmósfera ficticia, sin sudor, sin sangre, sin retos, sin desgaste, y sobre todo sin esfuerzo.
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