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VIRTUDES HEROICAS DEL PADRE MANUELITO

Jacobo Zarzar Gidi

Escribir sobre las Virtudes Heroicas del Padre Manuelito en el marco del proceso de Beatificación que deseamos impulsar, no es complicado para mi persona, porque siempre tuvo la disposición firme de hacer el bien. No sólo realizó actos buenos, sino que a todas horas dio lo mejor de sí mismo, y fue un magnífico ejemplo para los demás. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, tendió hacia el bien, lo buscó y lo eligió a través de acciones concretas.

Encontramos en su persona las Virtudes Cardinales, que se llaman así por ser las principales y por desempeñar un papel fundamental; todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son: La prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Si hablamos de la prudencia, el Padre Manuelito la utilizó siempre para guiar correctamente su juicio de conciencia. Aplicó sin error los principios morales a los casos particulares, superando las dudas sobre el bien que hizo y el mal que evitó.

Si hablamos de la justicia, podemos afirmar que el Padre Manuelito se distinguió siempre por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta para con el prójimo.

La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Gracias a ella, venció siempre el temor, incluso a la muerte, e hizo frente a las pruebas y a las persecuciones. Defendió con sus actos y su canto las causas justas, porque su fuerza y su confianza estuvieron siempre en el Señor. En medio de la adversidad, buscó incansablemente el camino de la perfección que su Maestro le marcó.

La templanza asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. El amor que le brotó de su corazón fue siempre dirigido a Dios, a quien entregó cuerpo y alma desde los doce años cuando entró al Seminario de Monterrey.

De igual manera, somos muchos los testigos de que el Padre Manuelito practicó en grado sumo las Virtudes Teologales que son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Recordemos que son tres las Virtudes Teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Por la fe, el Padre Manuelito se entregó entera y libremente a Dios. Pero, como la fe sin obras está muerta, hizo de su propia vida una catedral de buenas obras al servicio de su prójimo. Dio testimonio de su fe al confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la Cruz. Ahora que nuestra fe se enfría, te necesitamos más que nunca Padre Manuelito para que renueves el amor de Dios en todos los hogares mexicanos.

El Padre Manuelito dio siempre testimonio de esperanza que es la virtud teologal por la que todos aspiramos al Reino de los Cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. Alimentó su esperanza con la oración, particularmente con la del Padre Nuestro, que es resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear. Pero él no se quiso salvar solo, sino que fue y sigue siendo un gran ejemplo para muchos a los cuales evangelizó para que también siguieran a Cristo.

La caridad es la virtud teologal que posiblemente más desarrolló el Padre Manuelito al darse cuenta de inmediato que es la mayor de las tres. Gracias a ella, nos enseñó a no ser duros de corazón y demostrar que si amamos a Dios, también tenemos que amar a nuestro prójimo. De esa caridad que él tenía, brotaron frutos importantes que siempre le distinguieron, me refiero al gozo, a la paz y a la misericordia. Su sonrisa constante y transparente a pesar de la adversidad era prueba de ello. La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos. A muchos presos liberó de las cadenas que les oprimían, convirtiéndolos al salir de la cárcel en buenos padres de familia y excelentes ciudadanos. El Padre Manuelito no es tan sólo un recuerdo amable para nosotros, sino un verdadero compromiso. Al dar a conocer sus virtudes y cualidades, estamos proyectando en la sociedad una forma diferente de vivir, alejada de la violencia, cerca de Dios, e integrados todos a la unidad familiar, por ser la más importante fuente de donde proceden los valores morales. Proyectamos, al relatar hechos sobresalientes de su vida, una sociedad diferente en la cual exista el amor sincero y constante que todo lo puede, que todo lo perdona, que todo lo transforma.

El Padre Manuelito era como un niño lleno de virtudes, que siempre se hizo pequeño para poder entrar al Reino de los Cielos.

Tenía el don de la consolación. Miles de personas lo buscaban a todas horas, día y noche, para contarle sus tribulaciones, sus angustias, aflicciones y dificultades. Animó y tranquilizó a los presos, a sus familiares y a los custodios de la cárcel. Reconfortó a los enfermos, a los ancianos, a los abandonados, a los golpeados por la vida, a los que lo habían perdido todo, a los que estaban desesperados y ya no querían permanecer en este mundo. Él los escuchaba con atención y les dedicaba los minutos que fueran necesarios, hacía suyo el problema y los abrazaba, lloraba con ellos al ver sus penas y los consolaba. Después hacía oración diciéndoles: “El Señor nos va a escuchar”. Cuando el problema era muy grave, y la situación verdaderamente irreversible, les decía: “Abraza tu cruz”. Ya para entonces nuestro querido Padre había atraído y retenido en su mente y en su cuerpo todo lo triste y negativo que ese día le fueron transmitiendo sus feligreses. Ello trajo como consecuencia repercusiones graves en su salud.

Hombre de profunda y abundante oración, se pasaba horas en el confesionario para perdonar en el nombre de Jesucristo las faltas cometidas de las ovejas extraviadas. Y de allí, la gente salía reconfortada, lamiéndose las heridas, apenadas por haberle fallado al Señor. Cuando se enteraba que alguno de sus hermanos sacerdotes estaba perdiendo la vocación, sufría mucho, y de inmediato se desplazaba hasta el pueblo, la ciudad o el rancho donde se encontraba para reconfortarlo y darle ánimos.

En el año 1963, el Padre Manuelito instituyó como acólitos a 30 niños a los cuales capacitó para ayudar en la Santa Misa que en ese entonces se celebraba en latín, aprendiéndose todos ellos de memoria varios cánticos sagrados para alabar a Dios. También los llevó periódicamente a la cárcel que estaba por la calzada Colón, y al Hospital Ejidal para que se sensibilizaran frente al dolor. Nuestro Padre siempre permaneció en el último rinconcito, en el sitio más abandonado, y jamás quiso sobresalir, representando de esa manera la humildad en el sacerdocio, que es posiblemente la cualidad que más ama Jesucristo.

En la Parroquia de San Rafael, aún se escucha el eco de aquella hermosa canción que el Padre entonaba con especial entusiasmo y que no debemos olvidar: “Cantemos al Amor de los Amores, cantemos al Señor. Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor.

¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y Tierra, bendecid al Señor.

Honor y gloria a Ti, Dios de los Cielos, amor por siempre a Ti, Dios del amor”.

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