Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS

AYER TE VI

Jacobo Zarzar Gidi

Hace treinta años escribí en esta columna periodística un artículo que titulé “El ROSTRO DEL ANCIANO”, y que ahora reproduzco, porque al volverlo a leer después de tanto tiempo, ha dejado en mi persona reacciones encontradas que deseo analizar. Dice así:

“El otro día, tuve deseos de sentirme anciano. Transformarme de pronto en un hombre senil. Caminar encorvado por las calles y cuidarme de los carros. Sufrir el verano sofocante y tiritar de fría soledad en el invierno. Darme cuenta que se me había pasado el noventa por ciento de la vida y sentarme en una mecedora hasta lograr que el sueño me venciera.

Tuve ganas de tomar una taza de café, y con manos temblorosas derramarlo en mi camisa. De sentirme sin dinero en los bolsillos para preguntarme ¿por qué tuve que darlo todo sin conservar para mí lo más indispensable? Encontrar mis ojos sin mirada -casi ciegos-, y tropezarme a cada instante con los muebles de la casa. Sentir que se empalman mis palabras cuando hablo con la gente, y darme cuenta que los demás simulan escucharme contestando monosílabos.

Palpar el abandono de aquellos que un día me quisieron porque ahora no les tengo paciencia y los regaño al sospechar que les molesta mi presencia. Tratar de comer alimentos sólidos y descubrir que mis encías sólo tienen tres o cuatro dientes. Perder la lucidez de tiempo en tiempo y el control del organismo. Contemplar mi cabello blanco y abrazar a mis hijos y a mis nietos para intentar afianzarlos en la tierra. Pensar que he cumplido a pesar de mis defectos y de todos los achaques.

El otro día tuve deseos de sentirme anciano… ahora, después de lograrlo, comprendo un poco más a los viejos. Ellos se atreven a mirar la vida de frente y se hablan de tú casi siempre con la muerte. Su orgullo consiste en haber intervenido en tal o cual hecho del pasado y en irse desprendiendo de las cosas materiales que durante la juventud muchas veces con ahínco persiguieran. Ahora los respeto más, tienen una parte de la sabiduría que envuelve la tierra, y gracias a su bondad, los niños no se vuelven violentos en forma prematura. El anciano es vida, es experiencia y esperanza. Cuando mueren, debemos llorarlos igual que los bosques cuando muere un árbol… sus raíces se quedan en la tierra, aunque el tronco y las ramas desaparezcan.”

Ayer, al ir caminando por la ciudad, observé que un pobre anciano se acababa de caer en la calle. Cuando llegué hasta donde se encontraba, me di cuenta que un hombre desconocido lo estaba auxiliando, lo levantó del suelo y trató de ponerlo de pie, pero no lo pudo conseguir. Al no tener fuerzas suficientes, si lo soltábamos, se volvía a caer. Cuando lo tomé del brazo derecho me enteré que su piel -desde el codo hasta la mano- sangraba por el golpe. Le pregunté ¿adónde iba?, y me señaló que a la derecha. Le dije que para ir a la derecha, teníamos que cruzar primero la calle porque no podíamos caminar en diagonal con el riesgo de ser atropellados por algún automóvil. Mientras avanzábamos lentamente, le pregunté si tenía hijos y dónde estaban. Primero me contestó que no se acordaba, y después me dijo que sí los tenía, pero que no sabía dónde se encontraban. En determinado momento me comentó que no veía. No me dijo por qué, pero me imagino que se debe a unas gruesas cataratas que se lo impiden. Tampoco escuchaba bien porque teníamos que gritarle para que nos entendiera.

Cuando llegamos al cordón de la banqueta -que era de tan sólo veinte centímetros de alto, no podía subir, y el señor que inicialmente lo ayudó, tomó la determinación de cargarlo. Lo sujetó entre sus brazos y lo depositó recargado en la pared. Al estar allí, como no tenía fuerzas para sostenerse en pie, se desplomó nuevamente, pero cuando menos ya estaba en un sitio más o menos seguro. Cuando levanté la vista, el señor que lo había cargado desapareció sin decir una sola palabra y sin despedirse, pero su caridad ya estaba hecha.

Al observarlo sentado en la banqueta, sin tener siquiera fuerzas para permanecer de pie, abandonado por su familia, ciego, sordo, herido y enfermo, sin un centavo en los bolsillos, con más de noventa años llevando el polvo del camino en su cabeza, la escena me pareció dolorosa y triste. Pero, lo que más me impresionó, fue darme cuenta que no podía sostenerse en pie a pesar de su bastón. ¿Cuántas veces hemos dado gracias a Dios nosotros porque podemos pararnos y quedarnos así en equilibrio? Tener la posibilidad de ver, aunque sea usando lentes, es algo que no tiene precio. Meter la mano a nuestro bolsillo para sacar unas monedas, y con ellas comprar lo más indispensable, es importante sobre todo en la vejez. Tener a nuestro lado alguien que nos quiera y nos proteja, tiene un valor incalculable.

Ayer te vi, Señor, en ese hombre sin esperanzas de vivir, implorando compasión y cansado de tanto sufrir. Te vi en sus ojos suplicantes, casi ciegos, inundados de lágrimas que por las noches oscuras y en solitario surcan sus mejillas. Te vi en ese cuerpo mutilado lleno de cicatrices y sangrando. Te miré abandonado como si fueras un mendigo. Pero, ya te había visto en otra ocasión en el rostro tribulado de un enfermo desahuciado en un cuarto de hospital, sin esperanzas de vivir. Y también te vi meses atrás en un niño de la calle que no tenía un lugar para dormir, te vi en sus manos extendidas pidiendo pan para comer. Te miré en varias ocasiones y no te había reconocido. Pero ayer lo comprobé, eras Tú, a pesar de que te escondes de nuestra vista. Ahora estoy seguro, no tengo la menor duda, ayer te volví a ver.

El dolor es una oportunidad para encontrar a Dios, pero hay personas que dan la impresión de haber sufrido tanto desde que nacieron… En todas partes, hay alguien que anhela el roce de una mano que consuela, y la palabra esperanzadora que anime a seguir adelante. El sufrimiento se puede mitigar dando a conocer que el significado de la vida no es en absoluto la muerte, sino la vida eterna. En el más profundo sentido, la declaración más importante entre todas las palabras que se han formulado en la historia del mundo es ésta: Yo soy la resurrección y la vida… el que viva y crea en Mí, nunca morirá.

Cuando nuestro sufrimiento esté llegando al límite, recordemos las bienaventuranzas que Nuestro Señor Jesucristo proclamó para consolarnos: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución injusta, porque suyo es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los Cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros (San Mateo 5, 1-12). jacobozarzar@yahoo.com

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 637821

elsiglo.mx