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Jacobo Zarzar Gidi

De San José únicamente sabemos los datos históricos que San Mateo y San Lucas nos narran en el evangelio. Su más grande honor es que Dios le confió sus dos más preciosos tesoros: Jesús y María. San Mateo nos dice que era descendiente de la familia de David.

La Iglesia ha celebrado desde hace varios siglos su fiesta el 19 de marzo, porque una muy antigua tradición dice que en este día sucedió la muerte de nuestro santo y el paso de su alma de la tierra al cielo. En España, ya diez años antes del descubrimiento de América, se celebraba solemnemente la fiesta de San José. En Roma, en el año 1505 ya se ofrecían misas en su honor. Y el Papa Gregorio XV decretó en 1621 que el 19 de marzo se celebrara en todo el mundo la fiesta de este gran santo.

Los santos que más han propagado la devoción a San José han sido: San Vicente Ferrer, Santa Brígida, San Bernardino de Siena y San Francisco de Sales, que predicó muchas veces recomendando la devoción al santo Patriarca. Pero, la que más difundió su devoción fue Santa Teresa de Ávila, que fue curada por él de una terrible enfermedad que la tenía casi paralizada, enfermedad que ya era considerada incurable. Le rezó con fe a San José y obtuvo de manera maravillosa su curación. En adelante esta santa fundadora ya no dejó nunca de recomendar a las gentes que se encomendaran a él. Y repetía: “Durante 40 años, en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez”. Es de notar que a todos los conventos que fundó Santa Teresa les puso por patrono a San José.

San Mateo narra que San José se había comprometido en ceremonia pública a casarse con la Virgen María, pero, al darse cuenta que Ella estaba esperando un hijo, sin haber vivido juntos los dos, y no entendiendo aquel misterio, en vez de denunciarla como infiel, dispuso abandonarla en secreto e irse a otro pueblo a vivir. Y dice el evangelio que su determinación de no anunciarla, sino más bien de alejarse, se debió a que “José era un hombre Justo”, un verdadero santo. Este es un enorme elogio que le hace la Sagrada Escritura. En la Biblia, “ser justo” es lo mejor que un hombre puede ser. Justo era el que tenía autoridad (no cargo ni poder) en la comunidad, a causa del ejemplo de su vida. San José tuvo unos sueños muy impresionantes, en los cuales recibió importantísimos mensajes del cielo. En su primer sueño, en Nazaret, un ángel le contó que el hijo que iba a tener María era obra del Espíritu Santo y que podía casarse con Ella. Tranquilizado con este mensaje, José celebró sus bodas solemnes con su muy amada esposa.

En su segundo sueño en Belén, un ángel le comunicó que Herodes buscaba al Niño Jesús para matarlo, y que debía salir huyendo a Egipto. José se levantó a medianoche y con María y el Niño se fue hacia Egipto.

En su tercer sueño en Egipto, el ángel le comunicó que ya había muerto Herodes y que podían volver a Palestina. Entonces, José, su esposa y el Niño regresaron a Nazaret.

La Iglesia Católica venera mucho “los cinco grandes dolores o penas que tuvo este gran santo”, pero a cada dolor o sufrimiento le corresponde una inmensa alegría que Nuestro Señor le envió. Primer dolor: Ver nacer al Niño Jesús en una pobrísima cueva en Belén, y no lograr conseguir ni siquiera una casita pobre para el nacimiento. A este dolor o sufrimiento correspondió una gran alegría: el ver y oír a los ángeles y a los pastores, llegar a adorar al Divino Niño, y luego recibir la visita de los Reyes Magos que venían de oriente a traerle oro, incienso y mirra.

El segundo dolor fue el día de la Presentación del Niño en el Templo, al oír al profeta Simeón anunciar que Jesús sería causa de división y que muchos irían en su contra y que por su causa, un puñal de dolor atravesaría el corazón de María. Pero a este sufrimiento correspondió la alegría de oír al profeta anunciar que Jesús sería la Luz que iluminaría a todas las naciones y sería la gloria de su pueblo.

El tercer dolor fue la huida a Egipto. Fue un gran sufrimiento para San José tener que huir por desiertos a 40 grados de temperatura, con muy poca agua y con el Niño recién nacido. Pero a este sufrimiento le correspondió la alegría de ser muy bien recibido en Egipto y el gozo de ver crecer en santidad al Niño Jesús.

El cuarto dolor de San José fue la pérdida del Niño Jesús en el templo, y la angustia de estar buscándolo por tres días de casa en casa y de puerta en puerta. Pero a este sufrimiento siguió la inmensa alegría de encontrar sano y salvo a Jesús, de tenerlo en su casa hasta los 30 años, y verlo crecer en edad, en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres.

El quinto dolor fue la separación de Jesús y de María al llegarle la hora de la muerte. Pero a este sufrimiento correspondió la alegría, la paz y el consuelo inmensos de morir acompañado de los dos seres más santos de la tierra. Por eso a San José lo invocamos como Patrono de la Buena Muerte, porque tuvo la muerte más dichosa que un ser humano pueda desear: acompañado y consolado por Jesús y por María.

Este excelso varón es un caso excepcional en la Biblia. Es un santo al que no se le escucha ni una sola palabra. Tal vez Dios ha permitido que de San José no se conserve ni una sola palabra, para enseñarnos a amar también nosotros el silencio. Parece que cuando se casó, San José tenía alrededor de treinta años, y cuando murió, había cumplido más de sesenta. Probablemente murió cuando Jesús iba a empezar su vida pública. El Señor escogió a San José desde la eternidad para que hiciera las veces de Padre de su Hijo Jesucristo. Es la criatura humana más excelente después de Santa María Virgen. Muchas cosas buenas enseñó a Jesucristo, y lo protegió desde que era niño. Ahora nos enseña a nosotros -por ser el Patrono de la Vida Interior-, a orar, a sufrir y a callar.

San José ha sido un remedio a los problemas sociales cuando la humanidad se ha enfrentado a Dios, revelándose contra Él, ignorándolo o queriéndolo destruir. Cuando el Papa Pío VII (1742-1823) es secuestrado por Napoleón Bonaparte para intentar impedir la continuidad de la Iglesia Católica, desde su confinamiento, el Sumo Pontífice consagra la Iglesia a San José. A partir de ese momento, Napoleón comienza a perder todas las batallas. Al darse cuenta de ello, el Emperador libera al Papa y le regresa los Estados Pontificios que se había adjudicado. Cuando Juan Pablo II escribe una Encíclica sobre San José, el comunismo -uno de los grandes males de la modernidad-, se derrumba.

NOTA IMPORTANTE: Solicitamos testimonios de todas aquellas personas que conocieron al PADRE MANUELITO para que nos den sus vivencias en el marco del proceso de canonización que deseamos impulsar.

Favor de llamar a “LA CASA DEL ENFERMO MISIONERO DEL PADRE MANUELITO” al 7166368, (con Gerardo Rodríguez). O con María Elena Siller al 7168006 (por las tardes). También pueden enviarlos a Gerardo Garza Díaz, a su correo electrónico: gardy@prodigy.net.mx o a mi correo: jacobozarzar@yahoo.com

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