EL TESORO Y LA PERLA PRECIOSA
"El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, gozoso del hallazgo, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. También es semejante a un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra". Con estas dos parábolas descubre Jesús el valor supremo del Reino de Dios y la actitud del hombre para alcanzarlo.
"El tesoro" es Jesucristo, y "la perla" indica la belleza y la maravilla de esa llamada que nos impulsa a lanzarnos en busca del tesoro. El hallazgo de la perla supone una búsqueda esforzada, en cambio el tesoro se presenta de improviso. Dios ha puesto en nuestro corazón una inquietud íntima que nos lleva a buscar esa perla de gran valor, dando todo cuanto tenemos para encontrarla. Sentimos una gran insatisfacción hacia las cosas que no nos llenan, que son superfluas, que son vanas, y seguimos buscando y buscando.
El Señor nos invita a encontrarle, pero no nos coacciona. Una vez descubierta la perla o encontrado el tesoro, es necesario dar un paso más. Despojarnos de esa inclinación hacia lo material que tanto nos perjudica. Debemos de hacer a un lado la vanidad, las ambiciones desmedidas, la codicia, el amor desordenado, la maldad, y todo aquello que estorba para descubrir los planes divinos que el Señor tiene para nuestra alma en particular. Si lo conseguimos, ya no extrañaremos lo que antes teníamos y que era una carga muy pesada que llevamos en nuestra alma durante años. Tal es la nueva riqueza, que ninguna otra cosa dejada debe añorarse. Nos desprendemos de todo y sin saber cómo, lo tenemos todo. Desde ese momento nuestra vida será distinta.
Jesús pasa y llama: a unos a una edad temprana como a Santo Domingo Savio (1842- 1857), y a otros en la madurez de su vida. Algunos son llamados en su agotador trabajo diario, en medio del mundo. A otros los encuentra en el matrimonio que muchas veces se torna difícil, y les pide que santifiquen su familia, que diariamente oren por ella y se den a Él por entero agradeciéndole todas las bendiciones recibidas. Entre los miles de alumnos que tuvo el gran educador San Juan Bosco, el más famoso fue Santo Domingo Savio, joven estudiante que murió cuando apenas le faltaban tres semanas para cumplir sus 15 años. Cuando ingresó al internado le dijo a San Juan Bosco: "Padre, ayúdeme a ser santo". El jovencito sabía que esa era la misión más importante de su vida y quería conseguirla a como diese lugar.
A cualquier hora que seamos llamados, el Señor nos dará los impulsos necesarios para vivir ese apostolado que todo lo renueva. Con ese entusiasmo se acabará la rutina de nuestra vida y empezaremos a mirar más lejos y más alto. Al ser llamados, pongamos mucha atención, porque tal vez jamás habrá otra oportunidad igual.
Las cosas de Dios y las del comercio, algunas veces se contraponen por la actitud de nosotros los comerciantes. Queremos ser los primeros en esa jungla marcada por la competencia que a veces desgasta y destruye, pero sobre todo distrae del apostolado que debería estar en primer lugar. Le damos demasiado valor a muchas cosas que son perecederas, y nos partimos diariamente el alma para no retroceder en ese feroz mundo que nos envuelve. Sin embargo, cerca de nosotros se encuentra la Perla Preciosa que brilla más que una joya, y no la vemos. A pesar de todo, el Señor en su Parábola menciona a un comerciante.
Si queremos seguir al Señor más de cerca, no podemos quedarnos encerrados en ese pequeño mundo en el que por egoísmo nos instalamos cómodamente. Debemos llegar más lejos, entrar a los diferentes ambientes para transformarlos desde adentro, dando luz a muchas almas porque el mundo permanece a oscuras y tiende a su destrucción.
Si el Señor nos llama, permanezcamos alertas y seamos dóciles a su llamado, porque sería el acontecimiento más grande que nos podría suceder. La vocación exige renuncia a una vida cómoda, trabajo espiritual intenso y destrucción de todos los apegos que entronizamos como ídolos. Es Jesús el que nos busca, y ese es un gran honor: "No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os he elegido a vosotros". Y si Él nos llama, nos dará las gracias necesarias para seguirle, en los comienzos y a lo largo de la vida.
Cada vez que vamos a realizar un viaje, planeamos con detalle todo lo necesario. Arreglamos los pendientes, compramos los boletos del avión o del autobús, o tal vez enviamos nuestro automóvil a revisión, después empacamos la ropa y damos inicio a esa travesía que puede llevarnos a rumbos fascinantes y desconocidos. Pero, ¿cuántas veces nos hemos preguntado en nuestra intimidad cómo será ese sitio misterioso a donde tenemos la oportunidad de ir cuando partamos de este mundo? Y ¿cuál ha sido nuestra actitud al respecto? Este es un tema del cual muchos no quieren hablar y mucho menos pensar.
Antes de partir, quien ha sido llamado a evangelizar, deberá entregar al Señor todo lo que le pide, todo lo que esté en condiciones de darle. Esto supone vivir la vida de un modo nuevo, trabajando más y mejor, tomando en cuenta a Dios que permanece a nuestro lado, siendo agradecidos por esa oportunidad de formar parte de su plan de salvación, viviendo heroicamente las obligaciones familiares, educando humana y cristianamente a los hijos, hablando de Dios en las reuniones con la conducta y la palabra. La verdad es que sin Dios, no sabemos vivir. Él es nuestro Padre.
Antes de partir, sintamos esa legítima urgencia de Dios, a pesar de los apegos de este mundo. Antes de partir, dejemos correr libremente nuestras lágrimas, pero no de tristeza, sino de alegría, porque muy pronto permaneceremos eternamente junto a Él. Ojalá que a final de cuentas, nuestra vida no haya sido inútil ante los ojos de Dios.
Antes de partir, seamos agradecidos: Por la vida que el Señor nos dio, por el cariño de los nuestros, por la institución familiar que nos dio cobijo, por la esperanza, por las promesas de Jesucristo, por el sufrimiento que pudimos ofrecer a Dios, por ese verde intenso y tranquilizante que descubrimos en la naturaleza, por el agua y el aire que respiramos, por la luz y también por la oscuridad que nos permitió el descanso, por las ilusiones y los sueños, por la sonrisa y la inocencia de los niños, por la juventud y la vejez que tienen cada una lo suyo, y por todo lo demás que solamente el Señor conoce.
Le tenemos tanto temor a la muerte, que ignoramos lo que San Pablo nos dice al respecto: "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman". (Epístola I a los Corintios, Versículo 9).
San José María Escrivá de Balaguer -fundador del Opus Dei- nos dice al respecto: "Cara a la muerte, ¡sereno! -así te quiero-. No con el estoicismo frío del pagano; sino con el fervor del hijo de Dios, que sabe que la vida se muda, no se quita. -¿Morir?..., ¡Vivir!"