Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS

Jacobo Zarzar Gidi

Alberto se iba a recibir de abogado y no podía ingresar al Noviciado de la Compañía de Jesús en Chillán por la difícil situación económica de su madre. Sabía que la decisión no dependía de él, y por lo tanto la puso en manos deDios. Cada noche, a lasdiez, llegaba a la casa de lospadres franceses. Mientras el padre Symon rezaba su breviario, sentado en un banco, él oraba tendido en el suelo, con los brazos abiertos, frente al altar del Santísimo Sacramento, implorándole al Señor que le solucionara sus problemas para poder consagrarse totalmente a Dios. Una noche, al estar rezando de igual forma, le avisaron que una persona quería hablar con él. Era el arrogante y soberbio mal hombre que dieciocho años antes se había aprovechado de la terrible situación económica por la que pasaba su madre, entregándole -como “único postor de última hora”, una cantidad mínima por el fundo “Los Perales de Tapihue”. Estando al final de sus días, el abusivo individuo pidió perdón al joven Alberto y le entregó un cheque para resarcir el daño causado (es la paciencia de Dios que permite la conversión del pecador). Con los intereses de ese dinero, su madre pudo completar mes con mes sus gastos, y permitió que Alberto abrazara su verdadero destino: el sacerdocio. La leyenda popular dice que ése fue el primer milagro del Padre Hurtado.

Estando en el Noviciado, un día escribió: “Cuesta dejar a la madre, al hermano y a los parientes, pero Dios paga con una generosidad infinita. Se siente una felicidad y una paz que en el mundo no se comprenden”. Dos años después, la Compañía de Jesús lo destinó a España para que estudiara filosofía. Alberto seguía siendo -según sus superiores, un modelo de virtudes, de aplicación al trabajo y docilidad. Se acostumbró a llevar en el bolsillo una pequeña libreta donde anotaba sus pequeñas fallas de carácter para corregirlas de inmediato. Cuando su antiguo director espiritual -el padre Symon- lo visitó, pudo contemplar la transfiguración de Alberto Hurtado en un verdadero santo, como religioso y futuro sacerdote. Terminados sus tres años de filosofía y ciencias, Alberto debió abandonar España. El mundo estaba crujiendo, sacudido por la más tremenda crisis económica y por los movimientos sociales. La monarquía cayó sin sangre, pero iglesias y conventos ardieron, adoptando la nueva República medidas que prácticamente significaban la expulsión de los jesuitas. Fue entonces cuando Alberto parte a Irlanda y aprovecha su tiempo para terminar su primer año de teología. De allí, continuó sus estudios en la prestigiosa Universidad de Lovaina, en Bélgica.

Un jesuita francés lo recuerda así: “De una extraordinaria inteligencia, de una vivacidad de pensamiento excepcional que asombraba a todos, sin embargo, por su modestia y sencillez siempre con la sonrisa en los labios, tenía el talento de dar ánimo a quienquiera que le hablase, había en su mirada una franqueza que desarmaba y su rostro irradiaba una alegría y una serenidad que encontraban su fuente en un alma totalmente entregada a Cristo.

El 25 de agosto de 1933, celebró su primera misa. Cada vez que se volvía para abrir los brazos en el gesto solemne del “Dominus Vobiscum”, era a la patria lejana y a su madre a quienes veía. A doña Ana, que sabía ciertamente que el gran día había llegado, le envió el siguiente cablegrama: “Sacerdote bendígoles”. A sus amigos les comunicó su ordenación enviándoles estampas religiosas, en cuyo reverso había hecho imprimir: “Recuerdo del día en que Jesúsme ha ungido sacerdote para distribuir Su Cuerpo, Su Palabra, y Su Perdón. Te recomiendo, Señor, a mi difunto padre, a mi madre, a mi hermano; a mis parientes y a mis amigos, a los que por tu amor me han hecho bien y a los que la Providencia ha confiado a mis cuidados”.

Por fin doña Ana pudo abrazar a su hijo. Hacía once largos años que no lo veía. Le costaba trabajo hacerse a la idea de que su hijo era sacerdote; que con esas mismas manos que ella había conocido pequeñas, pudiera hacer los signos que repercuten misteriosamente en el Cielo y en la Tierra, atando y desatando.

Alberto venía entusiasmado con su pedagogía. Le gustaba recordar un pensamiento de Dewey, -básico de todas sus ideas pedagógicas: “La educación es vida, no preparación para la vida”. Sostenía que era mucho más fácil enseñar que educar. “Para lo primero basta saber algo. Para lo segundo es menester ser algo. Así, la verdadera influencia del educador no está en lo que dice, hace o enseña, sino en lo que el educador es. La verdadera educación consiste en darse a sí mismo como modelo viviente, como lección real. Jesucristo así lo hizo. Es necesario cultivar las cualidades humanas. Poner vida y ardor ahí donde hasta ahora se ha procurado poner la mayor cantidad posible de docilidad. Todo lo que es bello, noble y armonioso, por el solo hecho de serlo, educa.

En sus pláticas a los estudiantes, tendía un puente entre la vida diaria de los jóvenes y su vida sobrenatural: “Da pena ver algunos jóvenes tan buenos -decía- que son buenos para nada… Se mueven en la vida práctica como encogidos, se sienten seres de segundo orden. Se prescindió de su naturaleza, de su ambiente, para edificar su vida espiritual. La recta educación espiritual ha de dar como resultado una pieza robusta, varonil, sana y alegre, que prepare al joven para vivir la sana libertad de los hijos de Dios, siguiendo ante todo esta máxima: “Hacer lo que haría Cristo si estuviese en mi lugar”.

Un tema que le obsesionaba era el de las vocaciones. Alarmado, decía que había sólo cerca de 900 sacerdotes chilenos en todo el país. Él lo interpretaba como un decaimiento del espíritu cristiano. Él mismo se encargaría de engrosar muy pronto la cifra. Su apostolado se tradujo rápidamente en nuevas vocaciones, tanto de entre los alumnos de su colegio como de la juventud universitaria católica. Más de cien jóvenes partieron al seminario, contagiados por la imagen del cristiano que representaba el Padre Hurtado.

Su jovialidad era tanta, que, ver venir al Padre Hurtado era ver dos cosas simultáneas: una amplia sonrisa y una voz de alegría y aliento: “Contento, Señor, Contento”. Ésa era su expresión favorita, aunque todo se le diera en contra.De esa frase dijo una vez: “si fuera obispo, indulgenciaría esta jaculatoria”. Todos hallaban muy lógico y simpático aquello de que si Dios era el “Patrón”, los cristianos, sus hijos, a quienes el PadreHurtado comosacerdote tenía que servir, fuesen “los patroncitos”. Cada “patroncito”- llamado así en forma tan cariñosa y espontánea, se sentía como si fuese único.

El Padre Alberto estaba lleno de actividades a favor de la Iglesia Chilena, y aún así, se daba tiempo para atender el confesionario y escuchar a cientos de personas que venían a conocerlo, a pedir un consejo o a buscar un consuelo. En realidad nunca se había pertenecido. Pero, amedida que recorría su camino, se transformaba más en un “ser” para el uso de los demás, un hombre “usado” según él mismo se calificaba. Y todo lo hacía con ardor y alegría. Sabía descubrir, promover y animar los valores humanos de los jóvenes. A ellos les mostraba metas e ideales arduos y altos. Esperaba mucho de ellos, pues los quería grandes patriotas y generosos apóstoles. Recomendaba y exigía vida de fe práctica, con sacrificio y apostolado. (CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO).

jacobozarzar@yahoo.com

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 645634

elsiglo.mx