En días pasados la economía entró en pánico al desplomarse -como hace muchos años no sucedía- las bolsas de valores de todo el mundo. Se perdieron miles de millones de dólares. Fue tan grave el suceso, que un ciudadano de Corea del Sur se suicidó lanzándose de un edificio al darse cuenta que ya no tenían valor sus acciones. Buscando seguridad, la mayoría de los inversionistas tomaron la determinación de comprar oro. Todos estuvieron de acuerdo en que el oro era más seguro que los dólares americanos, que la libra esterlina, que el marco alemán y que el euro.
Me llama poderosamente la atención la conducta del ser humano que busca protección en “el oro” durante las terribles sacudidas de la economía mundial, y ¿por qué no buscamos a Dios al ver las grandes crisis de valores morales que estamos padeciendo?
Tan sólo en la República Mexicana, más de cien mil madres de familia abortan a sus hijos al año. Esto es una desgracia, porque los seres más desprotegidos están siendo asesinados por las personas que más deberían de cuidarlos. Esas inocentes e indefensas criaturas estaban en el vientre materno, no en la calle ni en el basurero, se sentían seguros, alimentados y queridos. Pero un día, todo eso se terminó al consumarse la gran traición: la madre desconoce al hijo “porque le estorba”, o “porque no lo deseaba”, o “porque si nace no podrá mantenerlo”.
Otro tema importante que habla de las miserias que estamos padeciendo, es la terrible degradación que hemos hecho del sacramento del matrimonio. Una ola de divorcios invade al mundo, y eso con toda seguridad no es del agrado de Dios. El amor y el respeto que se tenían las parejas en un principio, se fue perdiendo, hasta llegar finalmente a la ruptura y luego al adulterio de alguno de ellos -que tanto daño causa a los hijos. Las mentiras y el ocultamiento de la verdad corrompen y destruyen la estabilidad en los hogares.
Si se siembra la semilla del mal ejemplo entre los nuestros, perjudicaremos a las futuras generaciones. Desde los comienzos de su labor apostólica, San Josemaría Escrivá de Balaguer resaltó la dignidad del matrimonio y recordó con vigor que el matrimonio es una vocación divina y una llamada a la santidad: “Pobre concepto tiene del matrimonio, el que piensa que el amor se acaba cuando empiezan las penas y los contratiempos, que la vida lleva siempre consigo”.
El cuerpo humano, considerado por nuestro Padre Dios como Templo Vivo del Espíritu Santo, se ha corrompido al usarlo como fuente de malos pensamientos y de pornografía. Fuimos comprados a un gran precio, y al estar distraídos con vulgaridades dejamos de percibir la llamada de Dios en nuestra vida. El amor, degradado a puro “sexo”, se convierte en mercancía, en simple “objeto” que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. Con cada acto de elección moral, podemos convertirnos en personas virtuosas por el propio acto de practicar la virtud, o en personas depravadas por estar practicando actos de vicio. Recordemos que la pureza de corazón es condición indispensable para poder acercarnos a Dios.
Un problema adicional que padecemos actualmente en nuestra Patria es la violencia. Dos terceras partes de la población desconfían y tienen miedo de la otra tercera parte. En la vida podemos ser instrumentos de paz o de violencia, de tolerancia o de brutalidad. Cada vez que Nuestro Señor Jesucristo entraba a una casa, decía: “La paz sea con vosotros”. Si no estamos cerca de Dios, la paz no podrá estar dentro de nuestra alma. Para poder vivir necesitamos al Señor, mucho más que lo que nuestro cuerpo necesita esa sangre que corre por las venas y ese aire que llega a los pulmones.
La violencia es como un vendaval que nos arrastra y nos hace cometer actos ilícitos contrarios a la moral y a las buenas costumbres. Es bueno recordar que el Señor observa silenciosamente nuestra conducta, y algún día tendremos que dar cuenta de nuestros actos.
Cuando Nuestro Señor Jesucristo dijo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”, sus palabras cayeron en oídos sordos y se nos dificulta tomarlas en cuenta. El escritor Uruguayo Eduardo Galeano, en su libro titulado “Espejos”, nos dice lo siguiente: “A finales de 1967, en un hospital de África del Sur, Christian Barnard trasplantó por primera vez un corazón humano y se convirtió en el médico más famoso del mundo. En una de las fotos apareció un hombre de piel negra entre sus ayudantes. El director del hospital aclaró a los reporteros que se había colado. Por entonces, Hamilton Naki vivía en una barraca sin luz eléctrica ni agua corriente. No tenía diploma, ni siquiera había terminado la escuela primaria, pero era el brazo derecho del doctor Barnard. En secreto trabajaba a su lado. La ley o la costumbre prohibían que un negro tocara carne o sangre de blancos. Poco antes de morir, Barnard reconoció: -Quizás él era técnicamente mejor que yo.
La verdad es que su hazaña no hubiera sido posible sin este hombre de dedos mágicos, que había ensayado el trasplante de corazón varias veces en cerdos y perros. En los archivos del hospital, Hamilton Naki figuraba como jardinero, y de jardinero se jubiló”.
Cuando leemos el periódico y vemos la televisión, nos enteramos de los grandes excesos de una gran parte de la juventud española. Muchos de ellos “se divierten” los fines de semana emborrachándose, drogándose y cometiendo actos vandálicos que los convierten en seres indignos ante los ojos de Dios. Sin embargo la fe, esa fuerza increíble que algunas veces da la impresión de estar a punto de desaparecer, se sostiene milagrosamente debido a la Gracia que no ha dejado de brotar. Nuestro Señor Jesucristo dijo una frase muy importante que deberíamos tener grabada en una piedra para poder verla todos los días y reflexionar en su contenido. Son unas cuantas palabras -por cierto muy duras, pero reales- que si las analizáramos con detenimiento, tal vez en privado dejaríamos correr libremente nuestras lágrimas al darnos cuenta de todo el significado que encierran: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (San Lucas, 18. 8).
En los momentos difíciles que estamos viviendo, deberíamos de exclamar: “Ampáranos Señor, caminamos extraviados y tenemos miedo”. Pero, afortunadamente, hasta el día de hoy, no todo está perdido, la esperanza subsiste. Ésta semana se celebra en Madrid, “La Jornada Mundial de la Juventud”, con la participación de miles de jóvenes de todo el mundo. Con su actitud moral que busca el orden, la justicia y la verdad, llevan sangre nueva a la humanidad. Ellos están dispuestos a ser solidarios, a comprometerse con Cristo y a soportar cualquier sacrificio en su nombre. Mirando esos rostros llenos de felicidad comprobamos una vez más que la única dicha verdadera se consigue buscando y encontrando a Dios.
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