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Jacobo Zarzar Gidi

EDITH STEIN

La vida de Edith Stein es un largo camino hacia La Verdad. Ella la buscó, durante muchos años quizá inconscientemente. Con frase certera supo formular más tarde el valor de esta búsqueda: “Quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no lo sea”. “Dios lleva a cada uno por su propio camino; uno alcanza la meta más fácil y rápidamente que otro...”

Antes de encontrar la luz, Edith Stein, hubo de pasar por un túnel de vacío y oscuridad en los años de adolescencia y primera juventud. Su infancia en Breslau, Alemania, donde había nacido el 12 de octubre de 1891, fue plenamente feliz. Por ser la última de once hermanos -cuatro muertos prematuramente- era la preferida de su madre llamada Augusta. En este tiempo Edith escribiría: “No era fácil alimentar y vestir a siete hijos. Nunca hemos pasado hambre, pero sí tuvimos que acostumbrarnos a una vida de gran sencillez y economía”. Su madre era profundamente religiosa, estaba enraizada en la fe en Dios Creador y Señor según la religión judía. Sin embargo, cuando quiso transmitir esta misma fe a sus hijos, éstos se dejaron influenciar por el ambiente liberal antireligioso, entonces dominante en muchos sectores del judaísmo y también del cristianismo. Al igual que en los momentos actuales les sucede a la mayoría de los jóvenes, Edith pasó por esta etapa de obscuridad y abandono de los catorce a los veintiún años. Con humildad y con verdad dirá, que era totalmente descreída: “Aquí con plena conciencia y libre decisión abandoné la oración”. Este período, más que de ateísmo, está marcado de indiferencia y vacío religioso. A pesar de todo, Dios en su Providencia no permitió que cayera en graves desórdenes morales.

Hay en ella un fondo de bondad natural, que delata la acción secreta de la gracia de Dios en su alma. En este período de su vida, Edith es una buena estudiante, algunos la llaman “la lista Edith”; pero a los catorce años se cansa y abandona sus estudios. Reflexiona y a los dieciséis reanuda con nuevos bríos la tarea escolar. Recupera el tiempo perdido mediante clases particulares y estudio intensivo. A los diecinueve consigue el título de Bachillerato con las mejores calificaciones. Destaca en alemán, latín e historia. Aunque ella todavía no lo sabe, Dios la va llevando por su propio camino.

Entre 1911 y 1913, Edith va a la universidad, no para “sacar” buenas notas o para “colocarse” en un buen empleo; quiere encontrar y dar un sentido a su vida; busca la verdad sobre sí misma y sobre el mundo. Sin haberlo querido directamente, tiene su primer contacto literario con Jesús el Cristo, al estudiar la versión de Ulfila -en antiguo alemán- de los Evangelios. Le gusta el silencio, la reflexión, la paz. Con frecuencia pasea por el camino que lleva a la Catedral católica de su ciudad, aunque entonces no comprende el sentido y valor de la oración. Sin tener la menor idea de la fe y de la moral católica, vivía penetrada del ideal del matrimonio católico.

Cuando cumplió veintiún años, es una joven universitaria, ansiosa de saber, generosa con sus amistades y más abierta a su familia. En este período tiene sus primeros contactos con el ámbito más misterioso de la fe en Cristo. Lo tiene, a través del filósofo Max Scheler -judío converso al catolicismo- y de otras personas. Más tarde, refiriéndose a este período, que se prolonga hasta 1921, dirá: “Mi anhelo por la verdad era mi única oración”. Y es verdad, oraba, sin saberlo conscientemente. Cuando en el verano de 1921, tras la lectura de la autobiografía de Santa Teresa de Jesús, exclama: “Esto es la verdad”, culminando así un largo proceso de búsqueda. Pero... en realidad ¿quién busca a quién? ¿Busca Edith la verdad, o más bien es la Verdad quien busca a Edith?

Terminados los exámenes, se ofrece como enfermera auxiliar de La Cruz Roja para ir al frente de batalla. Su tarea fundamental consistirá en atender a los soldados heridos o con enfermedades infecciosas, en una zona de la actual Checoslovaquia, entonces perteneciente al Imperio Austrohúngaro. Son meses de entrega generosa y abnegación. Su conducta moral es intachable, a pesar de los peligros que no faltaban.

Se hace respetar y respeta a los demás. En ese entonces estaba prohibido llevar cartas de los soldados a sus familiares, Edith acepta este encargo y no duda en incluir en su cartera un paquete de cartas para echarlas al correo al llegar a Alemania. Al pasar por las fronteras es interrogada y responde sin titubeos con la verdad. Este comportamiento estaba castigado. Poco después es llamada a juicio. A la pregunta de si conocía la prohibición, responde con la pura verdad. Prefería ir a la cárcel antes que mentir. A una persona tan amante de la verdad, ¿cómo no iba a manifestársele La Verdad misma?

Adolf Reinach era un apreciado pedagogo. Él y su esposa Anna, se mostraban profundamente interesados por las cuestiones religiosas. Tanto así, que en 1917, ambos, judíos de religión, recibieron con plena convicción el bautismo dentro de la confesión luterana. Adolf, se había incorporado a las filas en la guerra. Precisamente en 1917 pereció en el frente de Flandes. Su viuda, Anna, llamó a Edith para que ordenara el legado filosófico de su marido. Edith acudió sin tardanza a la llamada, pero con la preocupación de no saber cómo ayudar a la viuda en su desconsuelo, pues ella todavía no creía en la vida eterna. Cuál no sería su sorpresa cuando, al llegar, encuentra a la viuda llena de paz y esperanza, aun en medio de la soledad. ¿A qué se debe esta actitud? Pronto lo descubre Edith. Anna le habla de Cristo y del sentido de La Cruz -como paso previo a la Resurrección. Queda profundamente impresionada, aunque todavía no dé el paso definitivo. Pero más tarde explica esta impresión: “Este fue mi primer encuentro con La Cruz y con la fuerza divina que transmite a los que la llevan. Vi por primera vez la Iglesia nacida de la Pasión del Salvador en su victoria sobre el aguijón de la muerte. Fue el momento en que mi increencia se rompió y resplandeció Cristo”.

En su viaje a Friburgo, en 1916, se detiene en la ciudad de Frankfurt. Con una amiga visita la catedral. “Entramos un minuto para conocerla, y mientras estábamos allí en respetuoso silencio, llegó una mujer con una canasta en la cual llevaba sus alimentos y se arrodilló en una banca para hacer una breve oración. Esto era para mí algo totalmente nuevo. A las sinagogas que yo había visitado se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí alguien acudía en medio de sus ocupaciones diarias a una iglesia vacía, como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar nunca”.

“A veces pasábamos la noche en la montaña. Una vez nos hospedamos en casa de un campesino en el Feldberg. Nos causó una profunda impresión el hecho de que el padre de familia, católico, hacía por la mañana una plegaria en unión de sus sirvientes y daba la mano a todos antes de que marcharan al campo.”

CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO.

jacobozarzar@yahoo.com

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