E D I T H S T E I N (Segunda Parte)
Sorprende, a primera vista, la tardanza de Edith Stein en aceptar completamente a Cristo. Entre los años 19191921, en su propia casa, imparte cursos privados de introducción a la filosofía (con más de cincuenta alumnos), y en la Escuela Superior Popular de la ciudad imparte algunas clases de Ética. Al mismo tiempo escribe diversos artículos sobre temas filosóficos y psicológicos. Mientras tanto Dios la va preparando y madurando para el encuentro decisivo. Ya cree en Dios y conoce, aunque imperfectamente, a Jesucristo. Existe constancia de que en estos años lee el Nuevo Testamento y los Ejercicios de San Ignacio.
En una tarde de verano, en casa de unas amistades, cuando los anfitriones estaban ausentes, Edith se quedó sola, como esperando una visita misteriosa. De la biblioteca de sus amigos toma un ejemplar de la “Vida de Santa Teresa de Jesús”. Empieza a leer y queda tan impresionada, que no puede cerrar el libro hasta terminar su lectura. Pasa la noche entera enfrascada y, cuando por fin lo cierra, exclama: “ESTO ES LA VERDAD”. Se refería al Amor de una Persona llamada Jesús. En la vida de Santa Teresa de Jesús, capta Edith, esta verdad del amor, porque la hora de la gracia ha sonado para ella. A la mañana siguiente va a la ciudad y compra un Catecismo católico y un Misal con la firme convicción de prepararse para recibir el sacramento del bautismo. A partir de ese momento comenzará una nueva vida.
Ya es católica en su mente y en su corazón, aunque todavía catecúmena. Quedaron atrás los años de crisis; ahora descansa en el Corazón manso y humilde de Jesús. El problema que en esos momentos tiene es el de comunicar a su familia, especialmente a su madre, su conversión a la fe católica. Para entender este problema hay que situarse en el ambiente de una familia judía. Su madre Augusta era, en efecto, una judía verdaderamente creyente y consideraba como una apostasía el hecho de que su hija Edith abrazara otra religión.
Un día Edith se arma de valor y comunica a su madre: “Soy católica”... Augusta no puede comprender que su hija, la más pequeña, la predilecta...se haga cristiana y católica. Edith, por su parte, no puede explicar a su madre ese misterio de Verdad y de Amor que la embarga. Como Cristo, a quien ya pertenece por la fe, es ella para su familia un signo de contradicción.
El 1 de enero de 1922, fiesta de la Circuncisión de Jesús, la filósofa Edith Stein queda incorporada a la Iglesia Católica por el Bautismo de Jesús. Ningún miembro de su familia está presente. Tras el bautismo recibe la Primera Comunión que la incorpora plenamente a Cristo. Un mes más tarde es confirmada por el Obispo de Espira, en la capilla de su residencia. Hasta entonces había tenido la ilusión de casarse. Ahora piensa en otro Esposo. Está decidida a dejarlo todo por Él. Teresa de Jesús le ha inspirado la atracción por el Carmelo. Sin embargo deberá esperar, siguiendo prudentes consejos.
En las vacaciones de verano regresa a casa. Su madre ya ha aceptado, o al menos se ha conformado con la decisión “incomprensible” de su hija. Edith, que cada día participa en la Eucaristía, no tiene reparo en acompañar a su madre a la Sinagoga y rezar allí los salmos. Once largos años espera para entrar a la orden de las religiosas Carmelitas. Sin embargo, esta espera no será infecunda, tanto en su maduración, como en su actividad docente y apostólica.
Se conservan bastantes cartas escritas por Edith en este período a alumnas y a otras muchas personas. En una de ellas le dice a su amiga Erna: “Yo soy solamente un instrumento del Señor. A quien viene a mí, quisiera yo conducirlo a Él. Y cuando noto que no se trata de esto sino que va en interés de mi persona, entonces no puedo servir como instrumento y tengo que pedir al Señor que Él se digne ayudar por otros caminos”. Uta von Bodman, pintora y profesora de arte recuerda en un precioso relato cómo Edith iba diariamente a la Iglesia a las cinco de la mañana y se recogía en prolongada oración antes de Misa. A veces pasaba toda la noche en oración. Consta igualmente que, aun sin haber ingresado en una Orden religiosa, Edith había hecho los votos privados de pobreza, castidad y obediencia.
Edith comprende el valor apostólico del estudio, como escribe en una carta: “La posibilidad de cultivar la ciencia como un servicio a Dios, la encontré por primera vez en Santo Tomás, y sólo entonces pude decidirme a tomar de nuevo en serio el trabajo científico”. En una carta dirigida a su amiga la célebre escritora Gertrud von le Fort -también una convertida al catolicismo- le dice: “Estoy segura de que Ud. me ayudará a rezar por mi madre, para que le sea concedida la fuerza para soportar la despedida, y la luz para entenderla”. Madre e hija se quieren con toda el alma. Ambas buscan y creen agradar a Dios. La hija recibe la gracia de la llamada de Cristo y la sigue. La madre no reconoce a Cristo como el Mesías-Salvador y, por eso, no comprende. Nada, sin embargo, puede empañar el gozo de Edith en el Carmelo. Ella es feliz en los diversos acontecimientos de su vida religiosa.
El 15 de abril de 1934 es la toma de hábito y elección de su nombre de religiosa. Ella escoge el de Teresa Benedicta de la Cruz. Se trata de una llamada de Dios, que es una ganancia, un servicio, un acto constante de amor a Dios y a los hombres. Al seguirla, Edith va desentrañando vitalmente el sentido de su nombre religioso: de Teresa -como la gran Teresa de Jesús-, y Benedicta, la bendecida de la Cruz. Tras el año requerido de noviciado, el 21 de abril de 1935 hace su profesión simple. Tres años después, el 21 de abril de 1938, realiza su Profesión solemne y perpetua.
Al entrar en la clausura dejó fuera títulos y aspiraciones mundanas. En la víspera misma de su marcha le preguntó su madre, refiriéndose a Jesús: “¿Por qué le has conocido? Yo no quiero decir nada contra Él. Puede haber sido un buen hombre. Pero ¿por qué se ha hecho Dios?” Edith cree en Él y le ama y recuerda sus palabras: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10, 37). En ellas encuentra la paz en medio de su amargura.
A la Hermana Teresa Benedicta no se le daban muy bien las tareas caseras de la cocina o de la aguja, pero las acepta con sencillez. Sin embargo, sus superiores le piden que siga estudiando y escribiendo sobre temas filosóficos. La monja filósofa reflexiona y decide hacer una nueva y más profunda síntesis. Escribe lo que será su más grande obra filosófica y teológica: “Ser finito y eterno”. Pocos días después de terminar su gran obra, el 14 de septiembre de 1936, fallece su querida madre Augusta. Por ella rezó y pidió oraciones a sus hermanas del convento.
CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO.
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