E D I T H S T E I N
(Última Parte)
Arreciaba la persecución contra los judíos. Muchos alemanes de esa religión huían al extranjero. Parientes y amigos de Edith pasan por el locutorio (departamento dividido por una reja donde reciben visitas las monjas) para despedirse de ella antes de exiliarse. Algunos de sus hermanos y sobrinos logran escapar. La directora del convento piensa que será conveniente que salga de Alemania lo antes posible. Y ella acepta, porque no quiere poner en peligro a sus hermanas. Se hacen intentos para que vaya a Palestina, al Carmelo de Belén, pero no se concede el permiso. La Priora escribe al Carmelo de Echt en Holanda y de inmediato la aceptan con gozo. El día 31 de diciembre por la mañana llega el permiso de las autoridades para que la Hermana Benedicta pueda trasladarse a Echt. Aquella misma tarde parte acompañada del Dr. Paul Strerath, médico del convento, quien la lleva en su coche.
En Echt la reciben con el máximo cariño. Desde el principio se adapta con total generosidad a la vida de sus hermanas. La Madre Antonia, más tarde Priora, testificará: “Muy pronto se sintió completamente como en casa y vivió con nosotras, como si siempre hubiese estado aquí”. “Si ella hubiera querido hablar sobre filosofía, no habría encontrado aquí ninguna capaz de dialogar”. “Ella hablaba poco o nada sobre su oración, pero oraba mucho”. “Los domingos y días de fiesta pasaba largas horas delante del Tabernáculo. En días de retiro se la podía encontrar siempre en el coro, preferentemente cerca del Santísimo”. “Sufrió mucho, pero ella nunca hablaba de su sufrimiento. Lo ocultaba ante nosotras”.
En las cartas que ella escribió en este tiempo, aparece con frecuencia la preocupación por la suerte de sus hermanos y hermanas. Tres de ellos pueden emigrar a América, pero dos: Paul y Frida, serán llevados a campos de concentración. A Edith le queda el consuelo de la presencia de su hermana Rosa, convertida al catolicismo unos años antes, quien logra llegar también a Echt. No puede ser admitida como Hermana lega, pero sí como Terciaria Carmelita y, en calidad de tal, actúa como portera y jardinera del convento. Juntas comparten sus penas y juntas compartirán su suerte definitiva.
En 1940 las tropas alemanas ocupan Holanda y, con ellas entran también los empleados de la Gestapo, la policía secreta del estado. Edith se da cuenta del peligro y renueva su ofrecimiento al Señor. Con gran ilusión se dispone a la tarea de la que será su última obra escrita: “La ciencia de la Cruz”.
Este estudio estaba ya casi terminado, cuando en la tarde del 2 de agosto de 1942, dos oficiales de la Gestapo llaman a la puerta del convento. Teresa Benedicta de la Cruz y su hermana Rosa son detenidas.
El año 1942 marca el punto culminante de la definitiva persecución contra los judíos. La llamada “solución final” de la cuestión judía en Europa, consistía en detener a todos los judíos para conducirlos a los campos de concentración, que se convertirían para la mayor parte de ellos en campos de exterminio. Tal “solución” empezó a aplicarse a los judíos alemanes y posteriormente a los de otros países ocupados por los nazis, por lo que muy pronto llegó a Holanda. Los obispos católicos holandeses lanzan una enérgica protesta contra esta decisión. El 20 de julio de 1942 publican y mandan leer en todas las Misas del domingo 26, una Carta Pastoral contra la persecución de los judíos. La carta se lee, pero la reacción nazi no se hace esperar. Como venganza contra los obispos y la Iglesia Católica, ya que no se atreven a actuar contra aquéllos, ordenan detener a todos los judíos, incluidos especialmente los convertidos católicos y los pertenecientes a Órdenes religiosas.
Las monjas se encuentran en la oración de la tarde, cuando unos rudos golpes aporrean la puerta del convento. Consciente la Hermana Benedicta de la gravedad de la situación se postra de rodillas ante el Santísimo y poco después, ante la mirada angustiada de las otras compañeras, deja la Iglesia diciendo: “Hermanas, rezad por mí”. Afuera se agolpa gente sencilla del pueblo que aprecia a las monjas. Muchos lloran, otros protestan contra la infamia que se comete. Todo inútil. Edith y su hermana Rosa, se ven forzadas a subir a un coche de asalto, en el que van cargadas ya otras víctimas.
La mayoría son católicos de origen judío, algunos Religiosos y otros protestantes, que van rumbo a lo desconocido. Durante la noche del 3 al 4 de agosto son cargados en unos camiones y conducidos a la estación del ferrocarril de Amersfoort. Ya en el tren, no se les permite abrir las ventanas.
La gran diferencia entre Edith Stein y las otras Hermanas, consistía en su silencio. Dos días dura el espantoso viaje a través del centro de Alemania y de Checoslovaquia. Medio muertos de hambre, de sed y de miseria, llega el día 9 aquel “cargamento” de 987 personas a Auschwitz. Entre gritos y latigazos por parte de los hombres de la S.S. descienden del tren. Otros detenidos del campo, también judíos y condenados, recogen los enseres de los recién llegados, a quienes mienten para robarles, diciéndoles que luego se los devolverán. Hombres y mujeres son separados. Se les conduce de inmediato a las cámaras de gas, que aparentan ser unas duchas. Se les hace despojar de toda su ropa y entrar en los baños colectivos. Desde unos tubos casi imperceptibles irrumpe el gas cianhídrico. Se escuchan gritos, lamentos, lágrimas y oraciones. Pocos minutos después, sólo suspiros y un gran silencio.
El 1 de mayo de 1987, la Iglesia Católica, por la voz autorizada del Papa Juan Pablo II, reconoce pública y oficialmente la grandeza y la fama de santidad de Edith Stein, declarándola Beata y mártir.
Edith debe de haber leído y meditado muchas veces aquel texto de San Pablo -verdadera Carta magna de la dignidad y libertad cristianas: “Porque cuantos habéis sido bautizados en Cristo Jesús, habéis revestido a Cristo. Ya no existe judío ni griego, ya no existe siervo ni libre, ya no existe varón o mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, descendientes sois, por tanto, de Abraham, herederos conforme a la promesa”.
Su encuentro con Cristo y con la Iglesia Católica, la lleva significativamente a apreciar las riquezas espirituales del Antiguo Testamento, que antes eran para ella meras prácticas rituales. Igualmente su pertenencia al pueblo hebreo la hacía entender mejor muchos pasajes del Nuevo Testamento, prefigurados en el Antiguo, y muchas prácticas litúrgicas cristianas, enraizadas en la liturgia judía. Edith muere aceptando la muerte que Dios tiene dispuesta para ella en expiación por la incredulidad del pueblo judío, por la salvación de Alemania y la paz del mundo.
El día de su beatificación, entre los setenta mil fieles que llenaban el estadio de Colonia, se encontraban veinte familiares de Edith. Fue una jornada inolvidable para todos ellos y varios lo han reconocido públicamente.
Unos días antes de su beatificación, un grupo de judíos sionistas, protestaron “enérgicamente”, porque el Papa Juan Pablo II estaba decidido a elevarla a los altares. Ellos alegaron que Edith había sido una renegada de la causa judía y que no merecía el reconocimiento que se le estaba dando. Es muy gratificante que Juan Pablo II no les haya hecho caso, y que hizo lo que tenía que hacer. Gracias a su conversión y al testimonio que nos ha entregado, Santa Edith Stein es ahora NUESTRA HERMANA.
Es muy lamentable que hasta el día de hoy el pueblo judío no haya tomado en cuenta a Nuestro Señor Jesucristo, reconociéndolo como verdadero Dios y verdadero hombre. En el libro del profeta Daniel (7, 13-14) que pertenece al Antiguo Testamento, y en el cual se supone que creen firmemente los judíos, se lee: “Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: Vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido”.
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