EL REGALO DEL RABINO
Deseo compartir con mis lectores una historia que puede hacernos reflexionar si la aplicamos a nuestra vida personal. La leí en un libro editado por Jack Canfield y Mark Víctor Hansen, siendo escrita por M. Scott Peck. Hace muchos años, existió un convento que alguna vez fue una gran hermandad, pero como resultado de la persecución antimonástica de los siglos XVII y XVIII perdió todos sus anexos y quedó diezmada hasta el punto en que sólo quedaron cinco monjes en el deteriorado monasterio principal: el abad y cuatro monjes, todos de más de 70 años de edad. Evidentemente se trataba de una orden que se extinguía.
Cuenta la historia, que en el denso bosque que rodeaba el monasterio había una pequeña cabaña que ocasionalmente utilizaba como ermita un rabino de una ciudad cercana. Debido a sus muchos años de oración y contemplación, los viejos monjes habían adquirido inexplicablemente ciertos poderes psíquicos y siempre podían presentir cuando el rabino estaba en la ermita. Un día, los monjes comenzaron a murmurar entre sí diciendo: “el rabino está en el bosque, el rabino está en el bosque”.
Preocupado por la inminente desaparición de su orden, al abad se le ocurrió en esa ocasión visitar la ermita y preguntar al rabino si por casualidad podía ofrecer algún consejo que salvara al monasterio. El rabino recibió con agrado al abad en su cabaña. Sin embargo, cuando este último le explicó el propósito de su visita, el rabino sólo pudo mostrar compasión.
-Entiendo perfectamente el problema, -comentó el rabino-. La gente ha perdido el ánimo, la devoción y también la fe. Sus iglesias permanecen vacías. Lo mismo sucede en mi ciudad. Casi nadie visita la sinagoga.
El viejo abad y el anciano rabino lloraron juntos. Se lamentaron de la apatía existente para las cosas de Dios y el poco entusiasmo que la gente daba a todo lo espiritual. Después leyeron parte de la Biblia y de la Tora y charlaron en voz baja sobre temas profundos. Cuando llegó el momento de despedirse porque el abad tenía que partir, se abrazaron.
-Ha sidomaravilloso que nos conociéramos después de todos estos años, -dijo el abad-, pero fracasé en mi propósito de venir aquí. ¿No hay algo que pueda decirme, algún consejo que pueda darme que me ayude a salvar a mi orden moribunda? -preguntó el abad.
-No, lo lamento - respondió el rabino-. No puedo proporcionar ningún consejo. Lo único que puedo decirle es que el Mesías es uno de ustedes. Cuando el abad regresó al monasterio, los monjes se reunieron a su alrededor.
-¿Qué dijo el rabino? -le preguntaron. -No nos pudo ayudar -respondió el abad-. Sólo lloramos juntos y leímos los libros sagrados. Lo único que comentó cuandome iba, me pareció enigmático. Dijo que uno de nosotros es el Mesías. No sé lo que quiso decir. Durante los días, las semanas y los meses que siguieron, los ancianos monjes meditaron y se preguntaron si las palabras del rabino tenían algún significado. “¿Será el Mesías alguno de nosotros? ¿Se refirió a uno de los monjes de este monasterio? Si es así, ¿a quién? ¿Se refirió al abad? Porque si se refería a alguien, lo más probable es que se trata del abad. Él ha sido nuestro guía espiritual durante más de una generación.
Por otra parte, quizá se refirió al hermano Tomás, que ciertamente es un hombre santo. Todos lo reconocemos como un hombre iluminado. ¿O será tal vez el hermano Elred que casi siempre tiene la razón cuando dice algo? No, es casi seguro que el rabino se refería al hermano Phillip que tiene el don de estar siempre presente cuando se le necesita. Por supuesto el rabino no estaba pensando en mí que soy una persona común, pero ¿y si yo fuera el Mesías?” -dijo el último de ellos. Mientrasmeditaban de esa manera, los ancianos monjes empezaron a tratarse por primera vez en muchos años con respeto, por si acaso estaba entre ellos el Mesías. Se olvidaron de todo aquello que los dividía, dejaron a un lado las críticas personales, las envidias y los recelos, los reclamos que siempre se hacían, y no volvieron jamás a etiquetarse con lo malo que a cada uno le veían.
Como el bosque en el que estaba situado el monasterio era hermoso, la gente lo visitaba de cuando en cuando para pasar un día de campo en su pequeño prado, para recorrer algunos de sus senderos e incluso para entrar de vez en vez en la ruinosa capilla para meditar. Durante las visitas, sin estar consciente de ello, la gente notó esa aura de respeto extraordinario que empezaba a rodear a los cinco monjes ancianos y que parecía irradiar de ellos y permear la atmósfera del lugar. Había en todo ello algo misteriosamente atractivo, incluso sobrecogedor. Sin saber por qué, la gente empezó a regresar al monasterio con mayor frecuencia para hacer un día de campo, jugar, y orar. Muchos de ellos comenzaron a llevar a sus amigos para mostrarles ese sitio especial que irradiaba santidad por la hermandad que demostraban tener los monjes entre sí, y esos amigos llevaron también a los suyos. Sucedió que algunos de los jóvenes que visitaban el monasterio empezaron a charlar cada vez más con los ancianos monjes. Se interesaron por su vida, por su historia, por su pensamiento y sobre todo por su vocación religiosa. Después de un tiempo, uno de ellos preguntó si podía entrar en la orden. Después otro y otro más. Así, en unos cuantos años, el monasterio se convirtió de nuevo en una orden entusiasta, en un centro vibrante de luz y en un recinto de gran espiritualidad.
jacobozarzar@yahoo.com