LA COMPASIÓN Y GENEROSIDAD DE UN SANTO
Nació San Vicente de Paúl en el pequeño pueblo de Pouy en Francia, en 1580. Su niñez la pasó en el campo, ayudando a sus padres en el pastoreo de las ovejas. Desde muy pequeño era sumamente generoso con los pobres. Los papás lo enviaron a estudiar con los padres franciscanos y luego entró a la Universidad de Toulouse, siendo ordenado sacerdote a los 20 años.
Son muchas las anécdotas interesantes que podemos relatar de este hombre santo que vale la pena conocer, pero voy a referirme únicamente a unos cuantos sucesos que le acontecieron durante su fructífera vida. Fue un sacerdote que en todo momento comprometió su existencia a la causa de Jesucristo, sin importarle el desgaste que tuviera. A los cristianos se nos ha olvidado ser verdaderamente cristianos, recordemos que Nuestro Señor Jesucristo se compadeció de los pobres, de los humillados, de los enfermos y de los que tenían el alma deformada por el pecado. San Vicente de Paúl fue un hombre -que imitando a su maestro- cambió la historia de Francia al enseñar a los soberbios cómo debían tratar a los humildes. La peste negra cobraba miles de víctimas por toda Europa cuando San Vicente fue nombrado sacerdote de una aldea francesa llamada Chatillón. Llegó en una diligencia arrastrada por caballos, y de inmediato se dio cuenta de la pobreza que padecía lamayor parte de sus habitantes, comparada con el lujo de unos cuantos que vivían en palacios y pasaban sus días en banalidades dedicados únicamente a beber, comer y bailar, pero lo que más le preocupó fue la gran miseria espiritual en que estaban inmersos por haber permanecido mucho tiempo sin un pastor que los guiara. Caminando a toda prisa se dirigió a la única iglesia que existía. La encontró abandonada y polvorienta como el alma de sus feligreses. De inmediato salió a las calles desoladas y se enteró que debido a la peste negra que reinaba en la ciudad, los lugareños tenían encerrada y emparedada en su propia casa a una mujer que fue diagnosticada de la terrible enfermedad. Preguntando una y otra vez, llegó hasta el humilde hogar para auxiliarla, dándose cuenta que los vecinos habían clavado la puerta y las ventanas para que no saliera al exterior, con la idea de incendiar completamente la casa cuando ella falleciese. Con fuerza y decisión fue quitando cada una de las tablas, al mismo tiempo que recibía varias pedradas en el cuerpo arrojadas por los inconformes que no querían que la liberara. En la pequeña recámara encontró a la mujer y se dio cuenta que acababa de fallecer. De pie, y mirando la terrible escena, su hija de diez años -que también había estado encerrada más de tres días sin probar alimento.
Durante unos minutos, con los dedos entrelazados, el fiel sacerdote rezó varias oraciones por la muerta. Después abandonó la casa, y caminando con la pequeña fue a buscar a un carpintero para que hiciera un ataúd. Recordemos que una de las Obras de Misericordia es enterrar a los muertos. “Carpintero, necesito un ataúd, soy su sacerdote, abridme la puerta”. Pero el carpintero no quiso hacer el féretro por temor al contagio, y le impidió que entrara a su carpintería. Más tarde, encontró varias tablas en la Rectoría, y con ellas construyó la caja mortuoria.
El pequeño jardín -adjunto a la iglesia- fue utilizado en el pasado para enterrar algunos difuntos, y es el sitio que escogió el santo sacerdote para depositar en la tierra el cuerpo de la mujer. Pero primero tocó las campanas del templo para llamar a la oración a todos aquéllos que durante mucho tiempo descuidaron su alma. No tardaron en presentarse hombres y mujeres humildes -yo diría miserables-, que presenciaron el entierro y que hasta ese momento estaban conociendo a su nuevo sacerdote. Todos escucharon las oraciones y muchos de ellos participaron en el responso. Al terminar, San Vicente de Paúl se dirigió a la multitud y les dijo que “mientras enterraba a la difunta, pidió a Dios que los perdonara, porque esa mujer no había muerto por la peste, sino por falta de alimentos al estar encerrada, y que de milagro se había salvado la niña que llevaba varios días sin probar comida”. Dijo además que “la pequeña necesita tener un hogar y una madre que la cuide”, y pidió que una de las mujeres la aceptase en su casa. Pero aclaró que no quería que la adoptara una que en su casa lo tuviera todo, sino una que apenas tuviese lo suficiente para alimentar a sus propios hijos: “Que sea ésa la que dé un paso al frente, y el Señor la bendecirá”.
De pronto, una señora por demás humilde le dijo al Padre que ella tenía cinco hijas en casa, y éste le contestó: “Es tuya, cuídala y edúcala cristianamente, para que sea una buena hija de Dios”.
Después de años de intensa labor apostólica, convierte a muchos de los habitantes que habían permanecido con el alma seca. Un día, desapareció. Quería una vida más sencilla y se dirige a París. En Chatillón lo lloraron porque había sido un padre para todos ellos. En la Ciudad Luz continúa las prodigiosas obras de caridad. Organiza cofradías, atiende y defiende a los condenados a las galeras (antigua nave de guerra o de transporte movida por remos). Conoce su vida lastimosa expuesta a toda inclemencia, y se da cuenta que al recibir azotes e insultos, perdieron hasta el último rayo de esperanza. Un día, recorre galeras y cárceles, y reemplaza a un pobre remero para conocer la amargura que los abate, consiguiendo finalmente cambiar la legislación y un trato más humano para ellos.
“No es lícito perderse en teorías, escribía, mientras muy cerca haya niños que necesitan para subsistir un vaso de leche. Los pobres serán nuestros jueces. Sólo podremos entrar en el cielo sobre los hombros de los pobres”.
Funda “Las Hijas de la Caridad” con Luisa de Marillac en París, en 1633. “Por monasterio, les dice, tendréis las salas de los enfermos, por clausura, las calles de la ciudad; por rejas, el temor de Dios; y por velo, la santa modestia”.
Con sus obras y fundaciones, se convirtió -sin saberlo- en uno de los grandes bienhechores de la humanidad. En sus cartas, memorias y conferencias, siempre aparece como el hombre de acción, el amigo de los pobres, el organizador de la caridad, el apóstol y el santo.Murió en el año 1660. El Santo Padre León XIII lo proclamó Patrono de todas las asociaciones católicas de caridad. Su cuerpo permanece milagrosamente incorrupto, y descansa en una urna en la Iglesia de San Vicente de Paúl de París, cuya dirección es: Calle Sevres, número 95, París, Francia.
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