LA MORTIFICACIÓN DE LOS PADRES
Después de las enfermedades, lo que más mortifica a los padres de familia es que sus hijos casados, se enojen, discutan y peleen con su pareja. Cuando se enteran de sus graves diferencias, es como si una daga atravesara su corazón. Es doloroso para ellos darse cuenta que ya no se aman como en un principio, que se gritan, se insultan, se mienten, se engañan y hasta se golpean como si fueran enemigos. Lo peor de todo es que lo hacen frente a los hijos pequeños que se sienten desconcertados y sufren lo inimaginable.
El respeto entre la pareja es muy importante para que el matrimonio siga siendo sano. No puede haber respeto si ya no respiran el aroma bendito de la espiritualidad, y si arrojaron a Dios del sitio donde viven; no puede haberlo si entre ellos se perdió el amor y ya no existen ideales comunes que los mantenían unidos.
La dignidad del matrimonio y su estabilidad, por su trascendencia en las familias, en los hijos y en la misma sociedad, es uno de los temas que más importa defender y ayudar a que muchos lo comprendan. La salud moral de los pueblos está ligada al buen estado del matrimonio. Cuando éste se corrompe, podemos afirmar que la sociedad está gravemente enferma. De aquí la urgencia que todos tenemos de rezar y velar por las familias.
Como padres, debemos ayudar a nuestros hijos ya casados a defender la indisolubilidad del matrimonio, su valor y su riqueza, teniendo como base la protección de la vida desde el momento de la concepción. Pero para que ellos puedan realizarlo, necesitan permanecer en paz y pedir constantemente la ayuda divina. Porque solos no podrán, y mucho menos si se comportan como enemigos.
Muchos padres de familia conservan como un tesoro, en su ropero, las fotografías de sus hijos cuando contrajeron matrimonio. En ellas se refleja la felicidad de momentos irrepetibles, ¡y qué diferente es la realidad que ahora se vive en la cual únicamente llegan noticias de demandas, nombres de abogados que llevan el caso, amenazas y testigos arreglados, que reflejan una lucha encarnizada por la patria potestad de los hijos! Por eso, muchos padres lloran de amargura al ver que sus hijos se desangran mutuamente y destruyen ese amor que años atrás se juraron, llevándose violentamente entre las patas de los caballos a sus queridos nietos.
Fallan todos aquellos que únicamente ven al matrimonio como un contrato y no como un sacramento. Quienes se casan inician juntos una vida nueva que han de andar en compañía de Jesucristo. El Señor mismo los ha llamado para que vayan a Él por este camino, pues se trata de una auténtica vocación matrimonial.
Es de suma importancia motivar a los hijos para que desde pequeños multipliquen los talentos recibidos. Recordemos que los talentos son las condiciones con que Dios ha dotado a cada uno (el entendimiento, la inteligencia, la capacidad de amar y de hacer felices a los demás, etc. -porque el amar da alas para servir a la persona amada-)
Es importante motivarlos para que aprovechen su tiempo, porque nuestra vida es breve. Que sean pacientes en las dificultades porque en la vida sufrimos pruebas diversas en las cuales el alma debe salir fortalecida con la ayuda de la gracia que el Señor nos envía. La paciencia, según San Agustín, es la virtud por la que soportamos con ánimo sereno los males. Y no olvidemos aconsejarles que no pierdan la capacidad de asombro, porque la curiosidad es la semilla de la ciencia que mueve al mundo.
Enseñemos a nuestros hijos que el camino que sigue de cerca las pisadas de Cristo es un camino lleno de alegría, de optimismo y de paz, aunque estemos siempre cerca de la Cruz. Si rehuimos los sacrificios que las virtudes llevan consigo, nos parecemos a quienes, huyendo del campo de batalla, quisieran ganar la guerra viviendo cómodamente en la ciudad. Si Dios nos da la carga, Dios nos dará la fuerza.
En este mundo tan apegado al bienestar material, es probable que alguno de los hijos busque la comodidad por encima del sacrificio, y busque el placer como fin supremo de la vida. Debemos de prepararlos para que sepan enfrentar el dolor, la pobreza y las enfermedades que llegan sin avisar. Acostumbrémoslos desde pequeños a que escuchen palabras como: Dios, pecado, Cruz, mortificación, espíritu de sacrificio, justicia, oración, soledad, compromiso, pobreza, tenacidad, misericordia, agradecimiento, pureza, ternura, fidelidad, incertidumbre, dignidad, fortaleza, caridad, tolerancia, paciencia, amor al prójimo, violencia, perdón, prudencia, audacia, valor, egoísmo, codicia, superación, capacidad, respeto y vida eterna. Solamente de esa manera no tendrán miedo o más bien "terror" al sufrimiento. Si nosotros se las mencionamos, ellos las profundizarán, y con el tiempo sacarán sus propias conclusiones.
Hagámosles ver la importancia de que no pongan su corazón en las cosas de la tierra, porque todo envejece y se destruye con el paso de los años. Sólo el alma que lucha diariamente por mantenerse en Dios, permanecerá en una juventud siempre mayor, hasta que llegue el encuentro con el Señor. La semana pasada, un amigo mío me dijo que se acababa de dar cuenta que casi todo lo que estudió en su carrera de Ingeniería del Tecnológico de Monterrey hace cuarenta y ocho años, ya estaba obsoleto. Me lo dijo tan triste y decepcionado, que lo sentí como si ya no quisiera que le volvieran a decir "ingeniero".
Enseñémosles que la fe es realmente la respuesta a todo lo de esta vida. Contamos con muy pocas seguridades a pesar de tener contratados seguros contra cualquier daño o emergencia. La realidad es que vivimos de fe. Y cuando llegue el momento, nos ayudará el ser capaces de morir con fe. Si nuestra visión es limitada, sólo veremos sombras, pero si ampliamos la visión, descubriremos que el límite de las sombras es asimismo la línea donde empieza la luz. Aclarémosles también que todo el universo entraña cierta cantidad de riesgo. Es parte del precio que pagamos por el gran don de la vida. Pero como no somos cobardes, enfrentamos y enfrentaremos diariamente con valor y dignidad las dificultades que se nos presentan.
Y hablando de la dureza por la que todos pasamos, en esta ocasión pido fervorosas oraciones para una persona enferma, un profesor nuestro que desde muy joven -siguiendo las huellas de su Maestro-, entregó su vida al servicio de la Educación Cristiana, siendo fiel en todo momento a las normas de su Patrono Fundador San Juan Bautista de La Salle. Muchas generaciones del Instituto Francés de La Laguna lo quieren, lo respetan y están muy agradecidas por esa labor incansable en favor de la enseñanza. Nos dio fortaleza en los años difíciles de nuestra juventud, y ahora somos nosotros los que estamos obligados a transmitírsela. Nos dio fe cuando en la adolescencia estuvimos desorientados. Nos dio esperanza al marcarnos el camino a seguir tomando en cuenta a Jesucristo. Nos dio espiritualidad -ese enorme tesoro que tiene un valor incalculable-. Nos enseñó a respetar y amar a nuestro prójimo. Y sobre todo, nos enseñó a rezar. Ahora queremos que el Señor le devuelva su salud, pero que se la devuelva toda entera, para que siga visitando Colegios, Institutos y Universidades Lasallistas, con esa alegría, ese ardor y ese entusiasmo con los que siempre llegaba, obedeciendo con humildad y prontitud las órdenes de sus superiores. Queremos que siga engrandeciendo y multiplicando esos centros de espiritualidad, de superación y de estudio, para que continúe motivando a sus alumnos, así como lo hizo con nosotros, cincuenta y cinco años atrás. ¡Que el Señor lo bendiga, que lo conserve siempre entre sus manos y le otorgue cuanto antes su salud!
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