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Jacobo Zarzar Gidi

M E D I T A C I Ó N

Hace dos mil años, en un pequeño pueblo de Palestina llamado "Beit Sahur" -que en idioma árabe significa: "La Casa de los Pastores"-, unos humildes pastorcitos fueron los primeros y los únicos en saberlo, en cambio hoy están enterados millones de hombres en todo el mundo. La luz que surgió en la noche de Belén ha llegado a muchos corazones, y, sin embargo, al mismo tiempo, permanece la oscuridad. Los que en aquella noche acogieron el hermoso resplandor, se dieron cuenta que en su alma se alojaba una gran alegría como jamás la hubo anteriormente. ¿Acaso puede haber alegría mayor que ésta?: el hombre ha sido aceptado por Dios para convertirse en hijo suyo.

A partir de ese momento, todo el que descubre a Cristo en su camino, se siente motivado a darlo a conocer enseguida, no puede esperar un minuto más. Igualmente a nosotros se nos revela Jesús en medio de la normalidad de nuestros días, y también son necesarias las mismas disposiciones de sencillez y humildad para llegar hasta Él. Con esa gran noticia, no hay espacio para la tristeza y mucho menos para la soledad, porque al nacer la Vida, se termina el temor a la muerte y se nos infunde la alegría de la eternidad prometida.

La alegría del mundo es pobre y pasajera. La alegría del cristiano es profunda y capaz de subsistir en medio de las dificultades. "Nos acercamos al Niño Dios para que disipe con su amor tantas sombras, con su sonrisa tantas lágrimas, con su amor tantos odios y con su Gracia tantos pecados. Acudamos a su encuentro con mucha fe y esperanza".

El Hijo de Dios se hizo hombre para enseñarle al mundo su realidad espiritual, para darle a conocer que nos puede hacer partícipes de su gloria, para hacernos sentir su amor que es eterno. Abramos nuestro corazón para recibir a Jesús esta Navidad. ¡Ven Señor y corrige lo que está mal, para que sea un verdadero encuentro contigo! En este día tan especial, se colman en la mente cientos y cientos de recuerdos, se olvidan los rencores, se enderezan los caminos, y se dejan atrás los resentimientos. Ese es el verdadero milagro de la Navidad que se repite año con año para hacernos vibrar de emoción. Quisiéramos salir a las colonias y a los barrios para pedir perdón a todos aquellos que con nuestras palabras y nuestros actos ofendimos, con nuestra frialdad e indiferencia dañamos, y con nuestro silencio destruimos. Quisiéramos que afloraran de nuestro corazón sentimientos positivos, buenas intenciones y los mejores deseos para todas las personas.

Por estos días, en las calles de la ciudad me he encontrado amigos y conocidos que no había visto desde hace ya muchísimo tiempo. Por más esfuerzo que hice, no recordé el nombre de algunos de ellos. Pero me dio gusto volverlos a saludar como lo hice alguna vez cuarenta o cincuenta años atrás. La Navidad es una hermosa fecha en la cual van llegando de diferentes sitios, familiares y amistades que nos visitan. Se trata de un reencuentro con nuestros semejantes y con nosotros mismos, porque no creemos en el amor esporádico, sino en el que permanece los doce meses del año. A pesar de todo, aún encontramos personas que sólo en este día perdonan, que sólo en este día toleran, que únicamente en este día pueden olvidar las ofensas recibidas.

Es un día maravilloso impregnado de esperanza, en el cual llegan a casa los hijos y las hijas con sus cónyuges que se encontraban lejos ansiando el momento del retorno. Arriban contentos, cargando entre sus brazos a los nietos -que son un verdadero regalo de Dios. Ellos parecen fruta recién cortada, gotas de agua transparente que brota de un manantial, viento fresco que surge de la cañada, semilla que germina en tierra buena, lucecitas que iluminan nuestra oscuridad, fuerza interior que se renueva a cada instante.

Una alegría inmensa inunda nuestro corazón al ver a los nietos correr al encuentro de los abuelos. Con sus ocurrencias, gritos, risas y travesuras, nos recuerdan que también nosotros fuimos niños alguna vez. Antes de sentarnos a la mesa daremos gracias a Dios por el tiempo transcurrido y las bendiciones recibidas, tomando en cuenta que nuestra mayor pasión deberá ser siempre conocer mejor a Jesucristo. Recordaremos también a los que se fueron, a nuestros queridos e inolvidables ausentes, que en otras Navidades ocuparon un sitio privilegiado en nuestra mesa. Evocaremos sus palabras, sus consejos y también su historia. A ellos los hemos incluido en nuestras oraciones de todos los días. La vida ha sido difícil y diferente sin su presencia, pero la fe nos permite seguir adelante con la sólida confianza de que ahora se encuentran gozando de la Vida Eterna, y muy pronto los volveremos a ver.

Es tiempo de agradecer la presencia de Dios en todos los rincones de la tierra, sin olvidar que gracias a Él, podemos transmitir la palabra evangélica a las personas que nos escuchen. Es el momento de dar gracias a la vida por su generosidad y su paciencia. De decirle a los hijos: "¡Que Dios los bendiga!". Y a los nietos: "¡Que el Señor los proteja!". Las bendiciones vienen de Dios, porque Él es el hacedor y nosotros los receptores. No podemos desconocerlas a pesar de tantas batallas que hemos librado, enfermedades que hemos padecido y temores que hemos sentido. No podemos olvidarlas porque se trata de la única fuerza que nos permite seguir viviendo. Los que buscan amor, ya saben donde encontrarlo, y al ser hijos de Dios somos herederos de su gloria.

También es un día de tristeza profunda, al recordar todos los valores y las buenas costumbres que estamos perdiendo. Sin darnos cuenta, hemos dejado atrás la espiritualidad que tuvimos cuando éramos niños, y nos hemos apegado con fuerza a las cosas materiales. Se nos olvida que el Espíritu Santo es el único que puede transformar el caos de nuestra vida, en orden, armonía y paz espiritual. Al mismo tiempo debemos recordar a todas aquellas personas que este día lo pasarán en soledad. La soledad fortuita y la soledad voluntaria que llevamos en el corazón, son verdaderamente tristes, y se recrudecen en la fecha más importante del año.

Este es el gran día, que nadie se sienta sólo porque ha llegado la esperanza, que nadie se sienta triste porque ha llegado la alegría. Busquemos a Cristo, a sabiendas de que el día de hoy son muchos los que aún no lo conocen. Si nuestro apostolado es fructífero, si nuestro apostolado es constante, haremos que muchos ciegos, sordos e indiferentes al amor de Dios, lo descubran en su caminar por la vida. Alegrémonos como nunca antes lo habíamos hecho, porque ha nacido Jesucristo -el Hijo de Dios hecho hombre- que ama a cada uno de nosotros como si no existiese nadie más. Estemos siempre en paz. Si de verdad buscamos a Dios, todo será ocasión para mejorar.

El Señor nació pobre, y nos enseña que la felicidad no se encuentra en la abundancia de bienes. Vino al mundo sin ostentación alguna, animándonos a ser humildes y a no estar pendientes del aplauso de los hombres. ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea su Santo Nombre!

jacobozarzar@yahoo.com

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