Haciendo un alto en el camino y reflexionando unos instantes, podemos darnos cuenta que los desafíos de nuestro tiempo son cada vez mayores. Sentimos que la vida nos exige demasiado, mucho más de lo que podemos soportar. Al no encontrar solución a tantos problemas que se nos vienen encima tenemos la impresión de haber sido succionados por un tornado y como consecuencia vamos dando vueltas y vueltas en el aire sin poder parar.
En medio de toda esa maraña de sucesos que ni siquiera podemos descifrar, ya no tenemos tiempo para expresar nuestros mejores sentimientos, y ya no brotan de nuestro corazón palabras bonitas. No nos atrevemos a decir en voz alta que estamos cansados por temor a ser criticados por los que aún tienen fuerzas. Las dolencias de nuestro cuerpo ni siquiera las mencionamos, porque el duro juicio de algunos puede etiquetarnos mentalmente como inservibles, y nos apartará sin compasión del juego de la vida. Y si hablamos de enfermos graves, mucha gente los hace a un lado y ya no los toma en cuenta, a pesar de todas las cosas buenas que hicieron en la vida.
La verdad es que el mundo necesita silencio, tolerancia, perdón, amor y consuelo, pero sobre todo misericordia. Frente al sufrimiento, Jesucristo, antes de irse con su padre, prometió enviarnos a otro consolador. Nos relata Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles que Pablo, cuando llegó a Éfeso y les preguntó a los discípulos si habían recibido al Espíritu Santo, ellos le respondieron: "Pues ni siquiera sabíamos que existía el Espíritu Santo" (Hechos 19, 1-2). Esa ignorancia que padecían los primeros cristianos se parece demasiado a la que nosotros estamos sufriendo actualmente. El Espíritu Santo, llamado también el Consolador, y por algunos teólogos "El Gran desconocido", es el bálsamo que cura nuestras heridas y el único capaz de sanar nuestros corazones abatidos por la tristeza, deshechos por el sufrimiento moral y por la desesperanza, posiblemente ya destrozados por la desilusión, la decepción y
el desengaño, siendo la ternura -propia del Espíritu, fuente del verdadero consuelo.
En ese medio ambiente desolador que nos descontrola, debemos tomar fuerzas de donde sea, para impulsar un cambio importante que nos lleve a un mundo mejor. Un mundo sin violencia, preocupados todos por nuestros semejantes y por nuestro entorno, formando generaciones de niños y jóvenes educados con valores cristianos, con fe y esperanza, que se conviertan en un ejército renovador que impulse una transformación real y duradera para llegar a tener un sitio adecuado donde vivir. Hombres y mujeres nuevos que enfrenten con valor los problemas de todos los días y derrumben los obstáculos que frenan a la humanidad. Multitudes que valoren la vida y que tengan un compromiso para dejar a un lado el desaliento y la mediocridad. Testigos de La Luz para difundir La Palabra de Dios a todos aquéllos que no la conocen o la han olvidado.
Así como cada familia es responsable de la educación de sus hijos, cada generación es responsable de la siguiente. Los descuidos se pagan caros y las consecuencias se padecen durante décadas
Levantémonos del sitio donde nos encontramos cómodamente sentados observando el panorama, y descubramos nuestras habilidades para cambiar todo aquello que parece no tener cambio. No nos desalentemos y no perdamos la esperanza. Que el sufrimiento del pasado se convierta en levadura para hacer crecer nuestro espíritu. Recibamos este año con optimismo, a pesar de que en el pasado no se cumplieran nuestras expectativas. Inconformémonos con nosotros mismos y seamos tolerantes con los demás, para que ese hombre nuevo surja todos los días, dejando al hombre viejo atrás.
Se cuenta que un cierto día un hombre recién convertido a la fe cristiana iba caminando a toda prisa, mirando por todas partes, como buscando algo. Se acercó a un anciano que estaba sentado al borde del camino y le preguntó: "Por favor, señor, ¿ha visto pasar por aquí a algún cristiano? El anciano, encogiéndose de hombros, le contestó: "Depende del tipo de cristiano que ande buscando". "Perdone, dijo contrariado el hombre, yo soy nuevo en esto y no conozco los tipos de cristianos que hay. Sólo conozco a Jesús". Y el anciano añadió: "Pues sí amigo; hay de muchos tipos y los hay para todos los gustos: hay cristianos por tradición, cristianos por cumplimiento y cristianos por costumbre; cristianos por superstición, por rutina, por temor, por obligación, por conveniencia social; y también hay cristianos auténticos…". "¡Los auténticos! ¡Ésos son los que yo busco! ¡Los de verdad!", exclamó el hombre emocionado.
"¡Vaya!, dijo el anciano con voz grave, ésos son los más difíciles de ver. Hace ya mucho tiempo que pasó uno de ésos por aquí, y precisamente me preguntó lo mismo que usted".
"¿Cómo podré reconocerle?", le preguntó. Y el anciano contestó tranquilamente: "No se preocupe amigo. No tendrá dificultad en reconocerle. Un cristiano de verdad no pasa desapercibido en este mundo de sabios y engreídos. Lo reconocerá por sus obras. Allí donde van, siempre dejan huella".
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