Las negaciones continuas de los distintos funcionarios griegos, irlandeses y portugueses respecto a que se verán orillados a reestructurar sus deudas soberanas, así como los apoyos verbales a esa postura por parte de los gobernantes de los países ricos de la eurozona, es un síntoma claro de que la situación está mal y puede empeorar más en el futuro próximo.
La experiencia muestra que entre más defienden los gobernantes de un país algún tema financiero, mayor es el peligro de un desenlace turbulento. Los momentos previos al estallamiento de una crisis se caracterizan, por lo general, por la repetida negación del problema por parte de las autoridades correspondientes. Algunos ejemplos sirven para ilustrar este punto.
En 1994 Miguel Mancera, entonces director del Banco de México, así como Pedro Aspe, secretario de Hacienda, negaron una y otra vez que el peso estuviera en peligro de devaluarse. Menospreciaron públicamente las señales cada vez más evidentes que apuntaban en esa dirección.
En la práctica, sin embargo, no tenían alternativa. Era impensable que, a pesar de la pérdida continua de divisas, reconocieran abiertamente la alta probabilidad de un tropiezo del peso, puesto que ello lo precipitaría mucho antes de lo que esperaban las autoridades.
En 2005 y 2006 los especialistas económicos y financieros de Estados Unidos, así como las autoridades de la Reserva Federal, negaron que el crecimiento acelerado de los créditos hipotecarios blandos fuera un problema.
Quizá estaban convencidos que así era, puesto que la naturaleza humana nos lleva muchas veces a justificar algo "exuberante" con el argumento de que, en esta ocasión, los factores que lo propician son diferentes a los que en otra época o lugar llevaron a una crisis.
La realidad es que estalló el problema hipotecario, pero aún entonces persistieron las posiciones optimistas de gobernantes, analistas y banqueros señalando que su impacto económico sería limitado. Los bancos, en particular, no dieron a conocer el alcance de su exposición a estos créditos y cuando se descubrió, dijeron que ello se traduciría en un problema de liquidez mas no de solvencia.
La crisis de deuda soberana en Europa ha producido su propia secuencia de negaciones y justificaciones. Los gobiernos de los países periféricos, particularmente Grecia, primero culparon a los especuladores y las empresas calificadoras, sin reconocer el desorden monumental de sus finanzas públicas.
Una vez que no fue posible seguir ocultando esa situación, aceptaron la magnitud de su problema pero negaron que fuera necesario algún tipo de rescate o apoyo internacional. Esa postura también probó ser insostenible. Primero cayó Grecia, luego Irlanda y más recientemente Portugal. España, hasta ahora, ha logrado evitar un desenlace similar, pero no hay garantía de que no lo necesitará más adelante.
Mientras tanto, Grecia ya pasó a la etapa donde sus gobernantes vuelven a culpar a los especuladores y niegan la necesidad de reestructurar su deuda soberana para negociar quitas al principal con sus acreedores, a pesar de que son muchas las voces insistiendo que los griegos tienen un problema de solvencia.
Por ejemplo, una encuesta realizada entre inversionistas internacionales durante la segunda semana de mayo encontró que el 85 por ciento considera que tarde o temprano Grecia se verá obligada a una reestructuración, lo que siguen rechazando sus autoridades.
Hoy el gobierno griego niega con aplomo que tiene planes de plantear una reestructura de su deuda, a pesar de que por primera vez, a principios de abril, un par de funcionarios alemanes se atrevieron a insinuar esa eventualidad.
La lección de este proceso de negaciones y justificaciones resignadas de los funcionarios públicos, es que no debemos confiar en sus argumentos que buscan tranquilizarnos.
Los grandes planes y promesas de los políticos, así como sus negaciones de que existe un problema, tienen que tomarse con gran escepticismo. Más aún cuando se repiten de manera incesante. La triste realidad es que no hay manera por la cual puedan ser honestos sin precipitar lo que buscan evitar.
En síntesis, considero que a pesar de todas las negaciones oficiales, en algún momento durante los próximos doce meses veremos la reestructuración de la deuda soberana de Grecia y, quizá, también las de Irlanda y Portugal, que deberán estar atentos al dicho de que "cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar".