Mexicanos en la cumbre
Alcanzar la cumbre es una expresión metafórica que de inmediato se asocia con el éxito y con la conquista de triunfos. Más allá de metáforas hay varios mexicanos que han alcanzado las cumbres más altas del mundo. A la fecha 32 montañistas de nuestro país -entre ellos seis mujeres- han llegado a la cumbre del Monte Everest. El coahuilense Ricardo Torres Nava fue el primero en hacerlo el 16 de mayo de 1989 y después conquistaría las montañas más elevadas de cada continente, proeza conocida como el Grand Slam del montañismo. Por su parte, Carlos Carsolio, cinco meses después que Torres Nava, también alcanzó la cima del mundo y además tuvo el mérito de lograrlo sin hacer uso de un equipo de oxígeno. Por si fuera poco, Carsolio conquistó las 14 montañas del planeta que superan los 8,000 metros de altura. Eso lo convierte en el montañista mexicano más importante de la Historia, pues ningún otro compatriota ha logrado esa hazaña.
Una pregunta se impone: ¿qué mueve a una persona a arriesgar su vida en pos de una cumbre? Parece un acto innecesario y hasta estúpido. En todos los sentidos el montañismo es una afición sumamente costosa. Los gastos de transporte, equipo, víveres, medicamentos y sobre todo de energía física y mental son cuantiosos. Las lesiones más graves y la muerte más dolorosa se presentan ante el primer paso en falso o ante el menor descuido. El edema y el congelamiento acaban con la vida de muchos. Las posibilidades de rescate de un montañista herido o enfermo en las cimas del mundo casi son inexistentes. En la mayoría de los casos ni siquiera es factible rescatar los cuerpos de los fallecidos. Allí se quedan para siempre sin que nadie ose moverlos. En el kilómetro más elevado del Everest hay por lo menos 43 cadáveres. Algunos de ellos tienen nombres que resultan familiares para los escaladores que inevitablemente los encuentran a su paso. A un cuerpo le llaman ‘el saludador’ porque la muerte le dejó con un aparente gesto de saludo. Shiroko Ota es una japonesa ya famosa que pende eternamente de la cuerda que utilizó en su ascenso.
El común de los mortales no puede respirar cerca de la cúspide sin un equipo de oxígeno y quienes lo intentan se dan entonces cuenta de su mortalidad. Ese fue el caso del británico David Sharp quien en 1996 grabó su agonía en un video: “Me estoy muriendo, mi nombre es David Sharp, he estado subiendo con asiáticos y sólo tengo ganas de dormir”. Él formaba parte de una numerosa expedición y más de 40 escaladores pasaron a su lado sin ayudarle. Su cadáver permanece a unos 8,000 metros de altura y casi a su lado está el cuerpo congelado de un montañista hindú que falleció un año después.
No todos los restos mortales que se encuentran en el Everest son de personas que en ese lugar fallecieron. Nuestra paisana Ana Sofía Salas murió escalando el Nevado de Toluca; se entrenaba para conquistar el Everest cuando sufrió una caída mortal. Sus amigos Ignacio Anaya Barriguete y Eva Martínez Sandoval sí lograron escalar la montaña más alta del orbe y esparcieron sus cenizas en su cumbre. Ese acto constituye un legítimo motivo de orgullo para México y no sólo por la proeza física sino también por la nobleza que demostraron Ignacio y Eva.
Ricardo Torres Nava casi muere en su descenso del Everest. Tras resbalar 30 metros por una ladera salvó la vida al fijar de un golpe desesperado su piolet. Su compañero Phu Dorje quien también resbaló no pudo evitar la muerte. ¿Valió la pena esa aventura? La respuesta se advierte en estas palabras de Torres Nava: “Todo es riesgo. Nacer es un riesgo. La vida es un riesgo. El ser humano es el hombre que hace y tiene sueños. Muchos se quedan soñando y no hacen nada. Otros hacen algo y viven la vida cómodamente. Pero hay otros que sueñan, viven, hacen y arriesgan. Ésos son los precursores, los que marcan el paso”.
Está claro que si más mexicanos nos atrevemos a soñar, a vivir, a hacer y a arriesgar entonces podremos conquistar nuestras respectivas cumbres.
Correo-e: antonioalvarezm@hotmail.com