La semana pasada las autoridades anunciaron que el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) fue de 5.5 por ciento en 2010, festinando que era el avance más alto registrado en nuestro país en más de una década.
El secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, se ufanó tanto de ese resultado que consideró que "por alguna razón los mexicanos probablemente somos los más exigentes con respecto a lo que nos gustaría y eso hace que siempre tengamos una percepción un poco más negativa de lo que los datos duros muestran".
En esa misma oportunidad Cordero dijo desconocer por qué la percepción de una mejoría económica no llega a toda la población. No está de más, por tanto, hacer algunos comentarios que quizá ayuden a despejar la ignorancia del funcionario.
El gobierno de Calderón quiere pintar un panorama económico y social alentador, en un intento desesperado por evitar la salida del Partido Acción Nacional de Los Pinos en 2012.
Como ejemplo está el decreto presidencial para la deducción parcial de los gastos educativos en el pago del Impuesto Sobre la Renta, beneficio poco significativo que hasta pudiera no existir para las personas que están obligadas a pagar el IETU.
Otro ejemplo es el mencionado dato de crecimiento que las autoridades presumen y quieren hacernos pensar que se debió a las políticas públicas instrumentadas por el Gobierno.
El crecimiento de 2010 fue, ciertamente, el más alto en una década, pero la razón principal es que resultó de un rebote importante después del descalabro más grande de la economía desde 1995. Una comparación de ambos episodios muestran que la caída del PIB en 2009 (6.1%) y la recuperación de 2010 (5.5%) fueron prácticamente idénticos al desplome de la actividad económica en 1995 (6.2%) y el repunte en 1996 (5.5%).
La gran diferencia es que el origen de aquella crisis fue interno, mientras que la debacle reciente se debió a factores del exterior. En dicho contexto, uno pudiera esperar que la recuperación del año pasado hubiera sido bastante más dinámica de lo que fue.
Que no lo fuera es decepcionante, y más cuando ese crecimiento se ubicó entre los más bajos en América Latina, a pesar de ser los vecinos más cercanos de la economía estadounidense.
No es aventurado decir que crecimos el año pasado no por las políticas del gobierno de Calderón sino a pesar de ellas. La recuperación del año pasado no se fincó, por tanto, en las políticas públicas internas, sino en el sector exportador. Esas políticas, en todo caso, han complicado más el de por sí débil desempeño del país.
Por ejemplo, la paralización de toda la economía por el brote de influenza durante varios días de la primavera de 2009 hizo que la contracción del PIB fuera innecesariamente más severa ese año; mientras que el aumento de los impuestos a principios de 2010 afectó negativamente al mercado interno y evitó que la recuperación fuera más dinámica el año pasado.
El gran motor de la recuperación fue, sin duda, el sector exportador, que supo aprovechar la reactivación económica de Estados Unidos, mientras que le pasó de noche a muchas actividades productivas vinculadas al sector interno, como es el caso de la industria de la construcción.
Muchos mexicanos todavía no perciben los beneficios del repunte económico no sólo porque dependen de la evolución del mercado interno, sino también porque no será sino hasta este año que se recuperará el ingreso per cápita que se alcanzó en 2008. Existe, además, un creciente clima de inseguridad, no sólo limitado a unos cuantos lugares como han dicho en repetidas ocasiones nuestras autoridades, sino cada vez más extendido a lo largo y ancho del país, con el crimen organizado y la delincuencia común obligando a los ciudadanos de todos los niveles sociales a cambiar sus patrones de vida.
No hay, en consecuencia, un avance, sino simplemente estamos regresando al nivel del ingreso que tuvimos hace tres años, pero ahora en un ambiente interno mucho más hostil.
Es bueno que hayamos recuperado el terreno perdido, pero no es motivo de gran fiesta, menos cuando en ese clima de inseguridad la expectativa de crecimiento para 2011 y 2012 (inferior en ambos casos al 5 por ciento) no logrará que emulemos los años de 1997 y 1998, cuando la economía creció 7.3 y 5 por ciento respectivamente.
Los mexicanos, señor Secretario, somos exigentes, porque vemos la incapacidad de nuestros gobernantes y políticos para contener la escalada criminal y garantizar la seguridad de todos los mexicanos, así como su conformismo para no hacer las reformas estructurales que permitirían a nuestro país deshacerse, de una vez por todas, de esa camisa de fuerza que es el burocratismo y el clientelismo que limitan su crecimiento económico a un magro 3 a 3.5 por ciento en el largo plazo.