¡Sálvese quien pueda! Esta parece ser la consigna de quienes vivimos en México. Nuestro problema de inseguridad pública parece estar totalmente fuera de control. Lo que originalmente era una guerra contra los barones de la droga ha degenerado en un macroconflicto entre decenas de bandas de criminales que han encontrado los beneficios del ancho camino de corromper a las autoridades, nombrar jefes policiacos y lograr el favor de altos funcionarios. El crimen organizado ha diversificado sus actividades a más de 20 tipos de delitos que incluyen actividades como secuestro, contrabando, piratería, giros negros, apuestas, robo de vehículos, derechos de piso, tráfico de personas, prostitución y un pavoroso etcétera que a esta fecha ha cobrado la vida de más de 40 mil personas.
Los mexicanos nos cuidamos de los delincuentes, de la ineptitud de unas autoridades, de la necedad de otras y de buena parte de los policías que deberían protegernos. Se estima que el 67% de los cuerpos policiacos y de procuración de justicia en México está infiltrado por delincuentes. Aquí queda impune más del 85% de los delitos, lo que en términos de negocio significa que una inversión en delincuencia aquí, tiene ese mismo porcentaje de éxito. No hay una cultura de la previsión social y sí un acendrado culto a la corrupción.
La famosa "guerra" contra los narcotraficantes no ha dirigido ni una sola bala sobre su poder económico. En ese aspecto, no se les ha tocado ni con el pétalo de una rosa. Seguramente porque quienes facilitan sus operaciones financieras y coadyuvan en el lavado de su dinero, forman parte del establishment respetable y respetado que rodea a los hombres del poder en México. Esta corte de cínicos es la misma que levanta la ceja cuando se habla de inseguridad; la misma que clama por la pacificación en nuestro país; la que tiene picaporte en los palacios de gobierno y la que incrementa sus fortunas con dinero manchado de lodo y sangre.
Hay quien piensa que una forma de solución al problema es a través de la legalización de las drogas. Yo considero que esto sería un error. Independientemente de las consideraciones de salud pública, jurídicas y económicas que habría que tomar en cuenta para discutir el tema, está claro que eso no solucionaría ni los secuestros, ni las extorsiones, ni el robo de vehículos, ni el resto de los delitos, que sumados alcanzan cifras igualmente impresionantes que las obtenidas por el tráfico de drogas. Tenemos que hacernos a la idea de que cuando Calderón pateó el avispero logró que nuestro problema dejara de ser sólo el narcotráfico para multiplicarlo en bandas de criminales que ejecutan todos los días más de dos decenas de rentables delitos. El dinero que se obtiene por este concepto les da la fuerza suficiente para seguir creciendo más allá del mercado que perderían si en México se legalizara la venta y el uso de drogas como la marihuana y la cocaína.
En este país no hemos entendido que buena parte de las ganancias de los narcotraficantes y demás miembros del crimen organizado se comparten con políticos, funcionarios de gobierno, jueces, banqueros y empresarios. Que en nuestra tragedia de inseguridad son cómplices y corresponsables también los consumidores de drogas, los de la piratería, los clientes de los giros negros, los que adquieren contrabando y la cauda de personas que ponen dinero -o lo reciben- de manos de los delincuentes. Tenemos que afrontar que la solución del problema demanda un esfuerzo extraordinario de cada uno de nosotros; que tenemos que involucrarnos personalmente en ello y que el tiempo nos corre en contra. Y más cuando vemos que el primer mandatario y líder de esta lucha se pelea con la Corte, con la oposición y hasta con sus aliados; al extremo de exasperarse en una reunión de líderes mexicanos y retar a los empresarios a meterse a la política. Ahí está la respuesta para quienes se preguntan: "¿Y dónde está el piloto?" No cabe duda alguna. En México se vive a la defensiva.
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