“Mi hijo no tiene nada”
La necesidad de muchos padres de realizar una ilusión por medio de sus hijos los lleva a no querer ver algunas realidades en ellos que en ocasiones no son agradables, porque implican la renuncia a algo que largamente se ha esperado. Sin embargo, la evasión no es una solución.
Todos los seres humanos evolucionamos y crecemos a lo largo de lo que se denominan líneas de desarrollo, donde las estructuras centrales van adquiriendo forma y función. Éstas obedecen a un plan genéticamente establecido y el medio ambiente va proporcionando los estímulos, el material y las condiciones favorables o no para su aparición. Dicho plan interno biológicamente determinado se puede observar con claridad durante las primeras semanas de gestación. Conforme un bebé va formándose advertimos la ‘construcción’ de sus extremidades, cara, ojos, órganos, y escuchamos y vemos sus signos vitales, primeros movimientos, reacciones ante diversos estímulos, etcétera. Sin embargo en ese punto no podemos saber muchas cosas sobre su futura personalidad, ni sus capacidades para desplazarse o desplegar un lenguaje y comunicar su experiencia interna; tendremos que esperar. No obstante, ocurre que aun antes del alumbramiento, la mayoría de los papás ya tiene una imagen y expectativa sobre cómo será su bebé, qué logrará y cuándo lo hará.
¿Qué ocurre cuando el niño nace y por alguna situación su potencial es limitado o está afectado, y los progenitores no quieren o no saben reconocerlo?
¿MI HIJO, MAL?
¿Cómo saber si un pequeño no está alcanzando un desarrollo óptimo? Lo primero que notaremos será un retraso en el surgimiento de habilidades que para cierta edad ya deberían estar presentes, o bien surgirán patrones de conducta que apuntan hacia la presencia de algún síndrome como el autismo. Los padres pueden reaccionar negándose a ver lo que ocurre, sin embargo al hacerlo desperdician un tiempo sumamente valioso para la rehabilitación o el tratamiento de su hijo.
Existen datos estadísticos y clínicos sobre lo que es normal y lo que es patológico en las diferentes áreas de evolución infantil. Al distinguir una actitud que preocupa o hace cuestionarse a los papás si ésta es normal o no, lo correcto es informarse cuanto antes con los expertos, es decir los pediatras y/o psicólogos infantiles. Además actualmente es posible encontrar cuantiosa información en la red. Y ante cualquier duda no es prudente esperar; resulta fundamental buscar orientación profesional, ya que el futuro del niño puede depender de esa decisión.
Tratándose de infantes, la sociedad impone una serie de normas y criterios, la mayoría de las veces irreales. En no pocas ocasiones los parámetros de lo esperado y lo permitido son producto de la publicidad y no de datos serios generados por especialistas.
Algunos progenitores desean apresurar las facultades psicomotoras de su bebé, pensando que eso es lo mejor para demostrarse y demostrar que su hijo es alguien superdotado y especial, así que podemos escuchar que ya casi caminaba cuando tenía ocho meses o que controlaba sus esfínteres antes del primer año de edad. Otros dirán que hablaba muy bien al año de vida. Sin embargo en realidad todas estas aptitudes requieren de mayor maduración para ser realmente incorporadas y expresadas, es decir obedecen a un plan específico y determinado de crecimiento el cual tiene su tiempo, y éste no necesariamente irá de acuerdo a las necesidades de los padres.
Las áreas de desarrollo como el lenguaje, la socialización, la psicomotricidad, el aspecto intelectual, el afectivo, van surgiendo paulatinamente y es posible observar su construcción y funcionamiento a lo largo del tiempo; están determinadas por eventos secuenciados en donde la aparición de una conducta llevará a la adquisición y aprendizaje de una más compleja hasta integrarse como parte de la personalidad total. Aquí podemos ver la interconexión de las competencias, por ejemplo tratándose de la habilidad para caminar, pues una vez desenvueltas las estructuras básicas se dará una maduración del sistema nervioso céfalo-caudal, con lo cual podremos ver cómo el sostenimiento de la cabeza irá precedido por la sedestación, el gateo, la facultad para mantenerse de pie, dar los primeros pasos y luego de muchos ensayos se manifiesta la capacidad de caminar por sí solo. Conquistar tal agilidad tomará por lo menos un año y así ocurrirá en forma simultánea con otras tantas aptitudes como el lenguaje, la socialización, etcétera. En la mayoría de los niños todo ello se dará como algo natural, siempre y cuando tengan un medio ambiente adecuado.
Pero si el entorno es propicio y aun así el avance en las destrezas no se presenta, lo usual es que los progenitores perciban que algo está mal... mas no necesariamente lo admiten. Una reacción asertiva sería aceptar la presencia de un problema y solicitar orientación médica. No obstante a menudo se da que estos padres se evadan, sin aceptar que sus familiares y amigos señalen que el pequeño no actúa como es deseable.
Por lo general no se trata de una evasión malintencionada. Renunciar a una imagen idealizada del hijo puede ser difícil, es como desechar una ilusión mantenida durante largo tiempo. Por ello, ante la negación el papel de la gente cercana a los papás llega a ser decisivo, ya que la presión social puede influir para motivar a los padres a reconocer que su niño padece algún tipo de retraso en su desarrollo y buscar ayuda.
Ser papá o mamá requiere aprender a renunciar a ciertas expectativas y acompañar a los infantes en sus necesidades. La falta de información veraz sobre los requerimientos de los vástagos distorsiona y afecta la funcionalidad de los padres. Es posible aprender y aceptar las características únicas de cada hijo, sólo así podremos acompañarlos de manera positiva en su crecimiento.
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