Más allá de su riqueza petrolera o de la noticia anual de quien será el galardonado con el Premio Nobel de la Paz, Noruega es un país discreto. Tristemente, este fin de semana las cosas cambiaron dramáticamente: el salvaje asesinato a mansalva de más de 80 jóvenes en un campamento de verano que siguió al bombazo que sacudió el centro de Oslo ha colocado a esa nación en el centro de la atención.
La tragedia es casi indescriptible: un hombre aparentemente desequilibrado, pero que actuó de manera ordenada y metódica confesó ser el autor intelectual y material de un crimen que sorprende por su frialdad y cobardía. Anders Behring Breivik, un fundamentalista religioso y nacionalista, organizó una matanza con el objetivo enfermo de llamar la atención sobre sus "causas" y de eliminar al mayor número posible de simpatizantes y/o descendientes de quienes Breivik considera responsables de los males que aquejan a su país y a Europa occidental.
Ya conocemos los detalles macabros de la masacre, por lo que no me detendré en ellos, salvo en uno que no debe pasar desapercibido: así como el bombazo quiso afectar al máximo las oficinas del gobierno noruego, golpeando el edificio mismo en que despacha el primer ministro, la matanza en el campamento de verano de las juventudes del gobernante Partido Laborista buscó eliminar a muchos de sus cuadros dirigentes presentes y futuros. En esa isla convivían dirigentes partidistas, parlamentarios y altos funcionarios con sus jóvenes simpatizantes.
Cuando sucede algo como esto es fácil buscar de inmediato la mano de organizaciones terroristas, ya sean internacionales o domésticas. Ese fue el caso en Noruega: se pensó en principio en Al Qaeda o en una red de fanáticos locales, pero todo apunta a que Breivik actuó solo, no en un arrebato sino en la culminación de un largo camino por el odio, el resentimiento y la intolerancia hacia lo que el percibe como el declive de la civilización occidental, envenenada irremediablemente por "el multiculturalismo, el Islam, el marxismo, el liberalismo" y otras fuentes de corrupción que según él amenazan a Europa.
¿Un loco? Ciertamente nadie en sus cabales podría llevar a cabo ataques tan monstruosos, y menos declarar después a la Policía que, aunque terribles, sus actos "eran necesarios", pero no cualquiera se prepara durante al menos nueve años, redacta un texto/panfleto de más de 1,500 páginas para tratar de justificar una visión aberrante del mundo y sus todavía más absurdas intenciones por "resolverla".
Lo que preocupa a Breivik y a demasiados otros es la pérdida de identidad nacional debido a los crecientes flujos migratorios de países y culturas disímbolas, así como las políticas públicas que han buscado no sólo integrarlos, sino adaptar las normas cotidianas de las sociedades receptoras para mejor acogerlos. Sucesivos gobiernos europeos buscaron que los llamados "usos y costumbres" de los recién o no tan recién llegados se volvieran parte de la vida diaria. Así, los refugiados políticos que tradicionalmente han encontrado refugio, los trabajadores migratorios y las minorías tradicionalmente discriminadas en Europa, y por supuesto los musulmanes, han ido cambiando más a Europa que lo que ellos han cambiado para integrarse.
Eso asusta a muchos que buscan refugio no en la fortaleza de sus creencias y tradiciones sino en la fuerza bruta de la exclusión y discriminación. No sólo en Francia o Gran Bretaña, también en los países escandinavos y en Alemania crecen la membresía, la votación y la aceptación social de partidos de extrema derecha cuyo credo es la xenofobia y el rechazo a toda creencia que no refleje las "tradiciones nacionales".
El crimen atroz de Breivik podrá ser un acto de locura criminal, pero es reflejo de cómo las ideas extremistas repetidas una y otra vez terminan volviéndose aceptables y capturando las mentes frágiles que no tienen contrapesos, ya por enfermedad, por fanatismo o por ignorancia.
La integración europea constituye un modelo en muchos sentidos de lo que nuestro mundo debería ser: menos fronteras, mayor apertura comercial, económica y también humana. Los promotores de la integración reconocen que el mundo está hecho de migraciones, de asimilaciones, de mezclas.
Quienes viven en el pasado rechazan esa visión y prefieren auspiciar el miedo y el odio que llevan tarde o temprano al terror abyecto y cobarde que hemos visto en Noruega.
(Internacionalista)
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