Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. Si supiéramos escuchar las voces de las tumbas oiríamos lo que ésta trata de decirnos.
"... Toda mi vida la dediqué a ganar dinero. Al final lo único que tuve fue dinero. Morí rico, pero viví pobre. ¿De qué sirve en la muerte la riqueza? Gané dinero, sí, pero al ganarlo perdí todo lo demás, y me perdí a mí mismo. Aquel que nada más gana dinero, nada gana. Ahora esas monedas, y ese cúmulo de billetes, acciones y títulos de propiedad, me pesan como lápida. Son, en verdad, mi lápida...''.
Eso dice la tumba de aquel hombre. Su callada palabra nos enseña que el dinero no sólo pasa: pesa. El mayor castigo que cae sobre quienes dedican su vida a hacer dinero es que el dinero los deshace.
¡Hasta mañana!...