Por el camino que lleva a Mazamitla, paraíso en lo alto de la sierra de Jalisco, los campesinos ofrecen jícamas a los viajeros.
Lavan muy bien las jícamas; humedecen sus hojas y las colocan atadas en racimos sobre pequeñas mesas cubiertas con manteles blancos bordados por manos femeninas. En esas mesas las jícamas tienen exacta semejanza con senos de mujer que asomaran entre las verdes frondas de un jardín.
Jícamas, esdrújulo frutal, igual que México... Mujeres mexicanas, hermosísimas. Ambas son pródigas y mágicas, como desnuda ofrenda en un altar. Ambas son al mismo tiempo pías y eróticas, como las mujeres que amó López Velarde, como las jícamas que vi con erótica mirada por el camino que lleva a Mazamitla.
¡Hasta mañana!..