Hay en el cementerio de Abrego una tumba. Si pudiéramos escuchar la voz que en ella duerme escucharíamos esto:
"... Mi nombre era Dalia, igual que el de la flor. Me enamoré de un hombre, y él de mí. Se fue a buscar la vida. Cuando regresó a desposarme alguien le dijo que yo ya había sido de otro. Era mentira, pero él me odió y desposó a otra mujer.
"... Vivíamos cerca los dos, cercanas nuestras casas, cercanos todavía nuestros corazones, y ni siquiera nos mirábamos. Un día yo morí. No sentí irme de la vida. Poco después él se enteró de que yo nunca lo había traicionado, y algo murió también en él. Ahora viene a veces, cuando no lo ve nadie, y pone dos dalias sobre mi tumba. Una es roja, que es el color del amor; la otra es morada, que es el color del arrepentimiento...".
Son tristes las tumbas de los amores que fueron. Más triste es ésta, del amor que no fue. La historia, en efecto, es cursi. Perdone quien la lea, pero es que la vida es cursi también.
¡Hasta mañana!..