El padre Soárez charlaba con el Cristo de su iglesia.
-Señor -le dijo-. Es verdaderamente hermoso aquel pasaje en tu Evangelio donde dice que el óbolo que la pobre viuda entregó al templo tuvo más valor que la rica limosna del poderoso.
-Es cierto -contestó el Señor-. Y habría tenido más valor aún si en vez de entregarlo al templo lo hubiera entregado a otra viuda más pobre que ella.
-Caramba, Señor -se rascó la cabeza el padre Soárez-. A veces me escandalizas con tus opiniones. ¿Con qué se va a sostener tu templo entonces, si no es con las aportaciones de los fieles?
-Está bien -admitió el Señor-. Que con eso se sostenga. Pero a condición de que en mi templo aprendan los hombres que la más bella limosna, la expresión más alta de la caridad, es el bien que en Mi nombre se hace al que lo necesita.
El padre Soárez entendió lo que le decía su Maestro. Después de todo, recordó, cada hombre y cada mujer son también un templo.
¡Hasta mañana!..