Ugo di Bari es un pintor del cual muy raras veces se oye hablar. Petrarca, sin embargo, lo llamó alguna vez "el pintor de los ángeles, y el ángel de los pintores''.
En su diario escribió Di Bari un relato interesante. Cuenta que en cierta ocasión pintó un rostro de Cristo. Por ese tiempo el artista vivía como un asceta, entregado a penitencias y mortificaciones con las que aspiraba a ganar la salvación. El Cristo que pintó le salió hosco, ceñudo, tanto que el pintor abandonó la tabla en un rincón de su estudio.
Sucedió, sin embargo, que algún tiempo después Ugo conoció a una mujer. La amó y fue amado por ella. Se desposaron y tuvieron hijos. La casa del artista, antes silenciosa y oscura, se llenó de luz, de risas infantiles. Y dice Ugo que cierto día, limpiando los rincones, halló aquel Cristo que había pintado. El rostro de Jesús se veía transformado. Ahora sonreía, y su semblante era todo de paz y de bondad.
De tal suceso Ugo di Bari derivó una extraña idea. Dice en aquella página: "La felicidad de los hombres en el bien hace feliz a Dios, que es el sumo bien''.
¡Hasta mañana!...