Allá por 1907 Juan B. Delgado cortó una flor nacida
junto a la tumba de Manuel José Othón y se la envió a
su amigo, el poeta regiomontano don Celedonio Junco
de la Vega. Este escribió en un soneto:
“... Amiga mano, nunca al bien reacia.
a mí te envía, diminuta acacia...”
Luego agradeció el envío con unos versos vivarachos:
Mi querido Juan Delgado:
aunque no tengo aclarado
si es acacia o no es acacia,
por acacia la he tomado,
pues el consonante en “acia”
por lo escaso me ha gustado.
(Sentiré no te haga gracia,
mi querido Juan Delgado).
Tiempos felices aquellos en que los escritores tenían
tiempo para hacer con las palabras algo de lo mejor que
con las palabras puede hacerse: jugar con ellas.
¡Hasta mañana!..