El Señor hizo a Adán del polvo de la tierra.
Después de hacer su cuerpo le puso alma: insufló en el hombre el soplo del espíritu. Luego el Creador convocó al cuerpo y al alma y les dijo:
-Habrá quienes dirán que entre vosotros hay perpetua enemistad; que sois enemigos en permanente lucha. Eso no es cierto. La carne y el espíritu son obra mía por igual. Valiosos los dos, se implican mutuamente: aquello que es bueno para el cuerpo es también bueno por el alma; lo que hace daño al alma daña igualmente al cuerpo. El hombre es un espíritu encarnado, y es al mismo tiempo un cuerpo espiritual. La recta sabiduría del hombre consistirá en hacer que haya armonía entre la carne y el espíritu, entre su cuerpo y su alma. Quien logre eso, a más de ser sabio será también feliz, que es una bella forma de sabiduría.
Con tan largo sermón el cuerpo y el alma bostezaron. -¡Ah! -suspiró tristemente el Señor-. Debí haber puesto más cuerpo en el alma, y más alma en el cuerpo.
¡Hasta mañana!...