-¡Que viene el pastor! ¡Que viene el pastor!
Así gritaba un lobo. Acudían los otros a toda carrera para comerse al pastor, pero no había ningún pastor: el lobo, mentiroso, los había engañado.
Así sucedió una y otra vez. Y otra.
Los lobos, hartos de su compañero, hicieron un acuerdo, y en lugar de comerse al pastor se lo comieron a él.
Aquella fue una gran injusticia. No es que el lobo fuera mentiroso: es que tenía mucha imaginación. Como no usaba los ojos para ver, veía cosas que nadie más veía.
Por eso no me gustan a mí los fabulistas. Son enemigos de la imaginación. Por eso sus moralejas no me gustan. Son enemigas de la vida.
¡Hasta mañana!..