En su último artículo para "The Catholic Review" Malbéne dice que a fin de meditar sobre los temas de la teología hay que hacer las preguntas que haría un niño. Da un ejemplo:
"... La muerte, según el Génesis, es un castigo impuesto por Dios al hombre y la mujer por haberlo desobedecido. Pero preguntaría un niño: si los animales y las plantas, criaturas inocentes, no pecaron ¿por qué mueren también?...".
Malbéne arriesga un pensamiento. El pecado del hombre, por ser contra Dios, fue tan enorme que la pena abarcó a todo lo creado. El amor divino, sin embargo, es infinitamente mayor que la más grande culpa de los hombres, y Dios los perdonó, y aun se hizo hombre para redimirlos.
"Desde entonces -concluye el discutido teólogo- ya no hay muerte. Hay eterna vida, lo mismo entre los hombres que en la naturaleza. En ese permanente renacer se ve el amor de Dios a sus criaturas. No pensemos, pues, tanto en la muerte: pensemos más bien en la resurrección. Los brotes de los árboles en primavera, las nuevas flores y la hierba del campo son el mejor sermón sobre la vida eterna y sobre la infinita misericordia del Señor...".
¡Hasta mañana!...