Desde antes de recibir la herida, los poetas han sido heridos ya.
Fueron tocados por la mano de los oscuros dioses que están dentro de Dios. Ciegas esas deidades, dieron a los poetas ojos para que miren donde nadie ve, y los hicieron cargar todo el dolor del mundo.
Cuando un poeta decide dejar de ser poeta, algo en la Tierra muere. Huérfano de hijo, hace de su orfandad un río silencioso. Y es que a veces la muerte mata todas las palabras, incluso las que sirven al amor, y quedan nada más las maldiciones, aquellas que gritaban los profetas para alzar muros ante la infamia de los hombres, y su perversidad.
Todos deberíamos callar ante una pena así. Pero es necesario tender el alma al padre en cruz, a la doliente madre, a los amigos que vieron convertida la juventud en muerte. Es menester decirles que Dios está esperando; que Dios espera siempre. Nos espera aun cuando lo hagamos esperar. Su voz acallará nuestros silencios.
¡Hasta mañana!...