Este cenzontle canta, y a su lado el más grande tenor se vuelve un seise. Así, seises, se llaman en España los niños que cantan en un coro de iglesia.
Este cenzontle inventa sus canciones. Comparadas con ellas las acrobáticas arias de Bellini son monótono canturreo.
Ignoro por qué esta lírica ave escogió mi huerto para decir su música. Yo no la merezco. Debería cantar en el jardín de un convento franciscano, o en la ventana de un poeta. A la derecha de Dios Padre debería cantar.
Pero ¿qué hacer con esas armonías que me trae el viento? No hay más que disfrutarlas. Así, por los cambiantes vientos de la vida, me han llegado otras canciones -la del amigo y la mujer; la del verso y el vino- y siempre las he gozado sin preguntar por qué llegaron a mí, o de dónde.
Con la misma santa simplicidad recibo ahora este don, el del cenzontle. Su lustral canción es un bautizo que me lava el alma. Sólo me falta ahora secarla al sol, como un lienzo de altar donde ofició su misa Dios.
¡Hasta mañana!..