No era una luna. Era una insinuación de luna. Era una sugerencia, una hipótesis, una alusión, una promesa tímida de luna.
Estaba en el poniente, casi por donde poco antes se había puesto el sol. Azul cobalto, el cielo tenía el color de la noche que comienza. Y era la luna, apenas, una rayita hecha de luz. Parecía aquel cielo un gran telón oscuro, y la luna una rendijita por la que se asomaba Dios para ver cómo estaba su público esa noche.
A mí me dieron ganas de aplaudir a aquella luna niña con su vestido de primera comunión hecho de estrellas. Cada día y cada noche son un prodigio nuevo que el gran autor inventa para nosotros, su público ingrato e indiferente.
¡Hasta mañana!...