En diciembre de 1967 entrevisté a Marlene Dietrich en
Nueva York. La diva se acercaba ya a los 70 años, pero
sus ojos tenían 20, y 25 sus caderas, y sus piernas -inmortales
piernas- tenían la edad de lo eterno, o sea que no
tenían edad.
Entre otras cosas le pregunté si le gustaba ser llamada
“femme fatale”, mujer fatal.Me respondió que todas
las mujeres son mujer fatal. En la vida de cada hombre,
precisó, el destino pone una mujer. Y concluyó con una
sonrisa: “Soy tan fatal como la esposa del vecino”.
Quizás en ese tiempo no entendí las palabras de esa
mujer diosa. Creo que las entiendo ahora, pues ahora entiendo
que el destino del hombre no se cumple cabalmente
sino por la mujer. De ella depende esa otra bella fatalidad
llamada vida. La mujer fatal es entonces, sencillamente,
la mujer. Cualquier mujer. Sin ella ningún destino
se realiza.
¡Hasta mañana!...