Fuiste un buen perro, mi querido Terry, pero -más importante aún- fuiste también un perro bueno.
Tenías la gentil cualidad de las personas buenas: con tu trato hacías salir lo mejor de los demás. Quienes son malos hacen que salga lo peor de cada quien.
Una excepción recuerdo solamente. En cierta ocasión hiciste que algo malo saliera de una persona buena. Una monjita se acercó a mi coche. Con dulce sonrisa venía a decirme algo. No advirtió que estabas en el asiento trasero. Cuando la religiosa llegó a la ventanilla tú, guardián celoso de nuestro territorio, te lanzaste sobre el cristal ladrando furiosamente. La monjita, asustada, dio un salto hacia atrás al tiempo que pronunciaba estas palabras poco religiosas:
-¡Perro cabrón!
No te lo tomo a mal, mi Terry. En la vida siempre hay una excepción. Mírame a mí: toda mi vida está hecha de excepciones. (Tampoco le tomo a mal su excepción a la monjita).
¡Hasta mañana!...