San Virila salió de su convento. Iba al pueblo a pedir el pan para los pobres. Hacía un frío que congelaba hasta los pensamientos.
En la aldea la gente le pidió a San Virila que hiciera algún milagro para quitar el frío. El frailecito levantó la mano, y un sol radiante apareció en el cielo. La gente gritó asombrada: "¡Milagro!".
Poco después los aldeanos buscaron a San Virila y le dijeron que ahora tenían mucho calor. El hermanito, paciente, levantó otra vez la mano, y unas nubes templaron los rayos del ardiente sol. Los aldeanos gritaron asombrados: "¡Milagro!".
Cuando volvió al convento los frailes le preguntaron a San Virila si llovería esa noche. Después de pensar mucho respondió el santo: "Habrá lluvias aisladas".
En efecto, esa noche hubo lluvias aisladas.
San Virila, que sabía lo difícil que es acertar en los pronósticos del tiempo, gritó asombrado: "¡Milagro!".
¡Hasta mañana!...