Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que nació su primer hijo, narró esta breve historia:
"Cortó un higo el joven neófito, y lo partió en dos.
Acercó una de las mitades a su boca, y libó con la lengua el dulce néctar que manaba el fruto.
Al hacer eso lo asaltó un terrible pensamiento.
Arrojó de sí el higo, sin morderlo.
Luego, corriendo, fue al templo a buscar un sacerdote.
Le pidió que lo confesara, y dijo atribulado:
-Me acuso, padre, de que falté a la castidad".
-Este relato -terminó Cusset- contiene una enseñanza: no disfrutar los goces que nos ha dado Dios es pecado mayor que el de gozarlos.
¡Hasta mañana!...