Un hombre incrédulo le pidió a San Virila que hiciera algún milagro para poder creer.
Virila tenía cerca un río y una montaña. Bien pudo detener el curso de las aguas, o cambiar aquel monte de lugar, pero pensó que la fe nacida de un malabarismo no es verdadera fe. Así, no hizo el milagro. Siguió su camino, y el hombre siguió con su incredulidad.
Por la noche, en sus oraciones, el frailecito le dijo al Padre:
-Señor: resistí la vanidosa tentación de hacer algún milagro para cambiar el orden de las cosas.
Le respondió, contento, el Padre:
-Pues, Virila, ¡qué gran milagro hiciste!
¡Hasta mañana!..