En el cauce del arroyo seco he encontrado este guijarro. Es verde, con el color del jade. Y es redondo y pulido, suave al tacto. Así lo ha dejado un paciente lapidario que se llama el tiempo.
Supongo que esta suave joya fue hace millones de años un pedrusco de aristas afiladas. El roce con otras piedras en el agua la fue limando hasta dejarla así, leve y hermosa.
Me pregunto si así será también con el alma del hombre. A lo largo de los milenios va afinándose al roce con las otras almas, y cambia sus fierezas por una suave mansedumbre.
¿Cuántas vidas serán necesarias para dejarla así, como este guijarro cuya dureza se volvió caricia? No lo sé. Pero seguramente no es una sola vida. Otras muchas debe haber para que el hombre alcance la sabiduría de la piedra.
¡Hasta mañana!...