Hu-Ssong supo que uno de sus discípulos decía que nada se puede conseguir sino por medio de la fuerza.
Lo hizo llamar, y cuando lo tuvo enfrente le pidió que cerrara la mano y que así mantuviera el puño, sin abrirlo. Luego le dijo:
-Toma este pan.
-No puedo tomarlo -contestó el muchacho-. Tengo el puño cerrado.
-Bien -prosiguió Hu-Ssong-. Entonces dame tú un pan.
-Tampoco puedo, maestro -se avergonzó el joven-. Tengo el puño cerrado.
-¿Lo ves? -le enseñó entonces el filósofo-. Cuando por odio cerramos nuestra mano, y hacemos de ella un puño, ya no podemos dar ni recibir. Abre tu mano a la concordia, y tiéndela a tus hermanos. Así podrás recibir. Y, lo que más importa, podrás dar.
¡Hasta mañana!..