¿Qué oscura plaga o qué siniestro eclipse vino sobre nuestros nogales?
Sus hojas caen, verdes aún, cuando no es tiempo de que caigan. La tierra, que recibe amorosa los oros del otoño, parece que quisiera marcharse a otras tierras para no recibir esta muerte anticipada.
Nunca habíamos visto lo que ahora se ve. En julio los árboles del huerto labraban la cosecha con sabia lentitud. Sus ramas se agitaban contra el azul del cielo como en acción de gracias. Latía entre las frondas la promesa del fruto. Ahora los nogales están mustios, y se van desasiendo de sí mismos en una caída silenciosa.
Yo estoy triste, y algo dentro de mí se va calladamente. A lo mejor soy yo mismo el que se va. No sé. Pero estos árboles son hermanos míos, padres míos, mis hijos.
Que los dioses sombríos que hacen las plagas y los eclipses malos se vayan de mi huerto, y que otra vez la vida tome la airosa forma de un nogal.
¡Hasta mañana!...