Diosito decidió de pronto volver a portarse bien, y se hizo lluvia en el Potrero.
La casa quedó llena con el aroma de la tierra mojada, más grato para nosotros que cualquier perfume. Hasta las piedras del camino parecían alegrarse, y bajo el agua fulguraban con brillos de piedras preciosas.
Abrí la ventana para que entrara el paisaje. En mi cuarto está ahora la nube, y están la montaña y el pino. Los muebles tatarabuelos parecen oír el gargarear de la gárgola, y el panzudo cofre que guarda antiguas escrituras y amarillentos papelorios se pone orondo como un rotundo caballero que ha comido y bebido a su placer.
De tierra y agua estamos hechos los humanos. La lluvia en el campo junta en nosotros esas dos materias, y las vuelve espíritu. Recibimos con gratitud la bendición. Afuera huele a tierra húmeda, y hay en los aposentos de la casa olor a alma mojada.
¡Hasta mañana!...