Por estos días el Potrero está lleno de vida. Siempre está lleno de ella, pero ahora la vemos y tocamos. Está en la piel femenina del durazno; en la acequia que canta en la ladera; en el ternero que sigue a la vaca por el camino viejo; en los niños que gozan sus vacaciones de la escuela...
Y aquí estoy yo, en el pequeño paraíso. Mi almuerzo fue el del rancho: tortillas recién hechas por manos de mujer; queso de cabra guisado con el picoso chile serrano; los riquísimos frijoles de los pobres; tunas -amarillas, rojas, verdes- que llevan en su jugo todo el frescor de la mañana, y un vaso grande de aguamiel. Al final el sabroso café, y la plática de sobremesa, aún más sabrosa.
Miro por la ventana. Me saluda -hermoso revoleo de banderas- la ropa de los tendederos movida por el viento. El cielo es azul cielo, y el aire es claro, igual que el alma ahora. Dan ganas de cantar como la acequia y, sin hacer preguntas, seguir con la inocencia del ternero a esa grande y amable vaca que es la vida.
¡Hasta mañana!..