No sé si todavía se use en algún rincón de la catolicidad el viejo catecismo del Padre Ripalda.
Cuando en las librerías religiosas pido un catecismo, me ponen en las manos un tomo de tomo y lomo que apenas puedo sostener. El olvidado catecismo de mi infancia, en cambio, contenía en unas cuantas páginas todas las verdades de la fe, todas las razones para la esperanza, todos los sencillos misterios del amor.
Decía el P. Ripalda, por ejemplo, que debíamos sufrir con paciencia las flaquezas de nuestro prójimo, sus debilidades y defectos. Con permiso de don Jerónimo diré que también hay que sufrir con paciencia nuestras propias fallas, y saber perdonarnos a nosotros mismos nuestras culpas y yerros. De otra manera iremos por el mundo llevando una pesada carga de remordimientos que nos estorbarán el paso por la vida.
Suframos con paciencia las flaquezas de nuestro prójimo. Pero aprendamos también a perdonar las debilidades de ese prójimo tan próximo que cada uno de nosotros lleva en sí.
¡Hasta mañana!...