Eras un cachorrito de unas cuantas semanas de nacido. En la noche aromada del jardín alzaste la cabecilla al esplendor lunar. Y sucedió entonces algo inesperado: lanzaste al aire un asomo de aullido, como de mínimo aprendiz de lobo.
¿Te llegó acaso la atávica memoria de milenarias cacerías? No lo sé. Los hombres, ineptos, ignoramos los misterios que guardan las criaturas que llegaron al mundo antes que nosotros. Pero puedo decirte que de pronto a mí me asaltan igualmente vagos recuerdos de recuerdos vagos. Entonces el corazón y el alma dan un leve grito -¿júbilo o pena?- que se pierde en la noche.
Recordemos, amado perro mío. Recordémonos. Tú recordaste ya, querida sombra, y pronto yo recordaré también. Despertaré, como tú, y habrá una radiosa claridad, más que de luna, a cuya luz leeré todos los misterios.
¡Hasta mañana!...