¿Recuerdas Terry, cuando aquel perrazo se metió en nuestra casa del Potrero? Mi nietecita estaba jugando con sus muñecas en la sala, y se asustó al verlo. Tú acudiste al punto, y te pusiste entre el perro y la niña. Aquel animal era tres veces más grande que tú, pero tus gruñidos y tu actitud lo hicieron volver sobre sus pasos y salir. La pequeña, tranquila ya, siguió jugando.
Yo sé que donde estás ahora no necesitas que te diga nada, pero debo decirte que aquel día te quise más de lo que te quería ya. Acaricié tu lomo para mostrarte mi agradecimiento. Tú me miraste con tus ojos de agua y luego te fuiste como diciendo: "Bah, no fue nada".
¡Cómo quisiera, Terry, que estuvieras aquí para cuidarnos, ángel guardián de orejas largas y ondulante cola! Ahora, has de saber, no basta con un solo ángel de la guarda.
¡Hasta mañana!...