En la pequeña capilla del Potrero de Ábrego caben muchas almas, pero muy pocos cuerpos.
Don Abundio entra a rezar en ella cuando los demás hombres no lo ven. Cuando no lo ve, sobre todo, su mujer.
Es que el viejo solía hacer burla de las devociones de su esposa, y teme que ahora ella haga burla de él.
El otro día salió de la capilla cuando pasaba yo. Me dijo, como explicando su conducta:
-A mis años, licenciado, hay que empezar a ponerse bien con el Patrón.
Yo no le digo nada. Su vida fue de trueno; mujeres y caballos eran para él la misma cosa. Ahora se acuerda del Patrón. Si me atreviera yo a decirle algo a don Abundio le diría que aquel a quien él llama Patrón es también Padre, un amoroso padre que perdona las culpas de sus hijos. Y le diría también que no se apene porque lo vemos entrar en la capilla. Al final todos entraremos.
¡Hasta mañana!...