Pasa el artero gato, tigre minimalista, por lo más alto de la pared de adobe. Lo miro y siento un amago de tristeza: va en busca de las aves que por las madrugadas y en la tarde ponen su canto en nuestra casa.
Yo quisiera que el gato se comiera nomás a los ratones. Que fuera sólo un desmurador. (Así oí que llamaban a los gatos: "desmuradores", en un pueblo asturiano. Y es que en latín el ratón se llama mur). A los ojos de la naturaleza, sin embargo, no hay diferencia alguna entre un ruiseñor y una rata. Los dos son vida. A los dos, por tanto, puede llegar la muerte.
Pasa el gato. Lleva con él un ominoso vaho de silencio que lo acompaña a todas partes. Se agazapa en un repecho de la pared, y luego salta. Y su salto es mortal: ha cazado un pájaro que aletea desesperado entre sus fauces. Este gato es la muerte... Mírenlo ahora: va y deja su presa en un rincón de la bodega. Llegan los pequeños gatitos de la última camada y comen. Este gato es la vida... Todo en el mundo es muerte. Todo en el mundo es vida. Éste es un círculo de eternidad.
¡Hasta mañana!...