El altar de la pequeña iglesia del Potrero se llenó de maravillas.
Maravillas... Así se llaman estas pequeñas flores rojas, y blancas, y amarillas, y de color jaspeado, que tienen la forma de una campanita. Con ellas, ensartándolas en un hilo, las niñas y los niños hacen collares y guirnaldas que luego llevan a la capilla como ofrenda.
Y es que ayer celebramos a Panchito, el santo de Asís, cuya pobreza y humildad permiten el diminutivo. La madre de mi esposa fue terciaria franciscana, y vive ya en la paz de Dios. Ella llevó al rancho la imagen del Poverello, que ahora nos ve desde su nicho con la misma mirada de bondad que tenía aquella mujer tan buena, segunda madre para mí.
¡Cuántas maravillas hay en la capillita de Ábrego! Y cuántas maravillas hay también en nuestra vida; maravillas de todos los colores, entre ellos el azul tenue del recuerdo y el verde intenso de las esperanzas.
¡Hasta mañana!...