Yo simpatizo mucho con los que creen en Dios, porque están muy bien acompañados; pero simpatizo más con los que no creen en Él, porque a veces deben sentirse muy solos.
El creyente, aunque no pueda saber si aquello en lo que cree existe verdaderamente, tiene un asidero: la oración. Puede ser acción de gracias, o voz callada de la desesperación, pero ahí está siempre, lazo invisible que une a la indigencia humana con esa fuerza universal de amor llamada Dios.
Hace unos días conocí una hermosa oración escrita por Martín Lasarte. Dice así:
"Mi pasado, Señor, lo confío a tu misericordia; mi presente, a tu amor; y mi futuro, a tu providencia".
Medito esas palabras, y mis dudas y tormentas interiores se convierten en certidumbre y paz.
¡Hasta mañana!...